“Sí, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios. Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros” (Colosenses 3:1, 5).
Lectura: Col. 3:1-7.
Si hemos resucitado, es porque antes estábamos muertos. Pero si ya hemos muerto, ¿por qué dice Pablo que hagamos morir lo terrenal en nosotros? ¿Matamos al muerto?
En potencia ya hemos muerto con Cristo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado” (Gal. 2:20). Por lo tanto, me tengo que contar como muerto: “Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo” (Rom. 6:11). No podemos crucificarnos, porque Dios ya lo hizo. Además, nadie puede crucificarse a sí mismo. Con una mano clavada, ¿cómo vas a clavar la otra? Lo único que podemos hacer es considerarnos ya crucificados con Cristo.
“Habéis muerto y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (3:3). La lógica de Pablo es: Puesto que ya has muerto con Cristo, deja todos los hábitos que corresponden al muerto y desarrolla nuevos hábitos que corresponden a la nueva vida en Cristo: “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría… Dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno” (3:5-10). Dios ya nos ve como nuevas personas en Cristo, pero tenemos que eliminar las cosas feas de la vida anterior. ¿Cómo se hace esto?
En Romanos 8:10, 11, Pablo entra en más detalle sobre este tema: “Si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (Romanos 8:13). Este es el secreto: Tenemos el poder y la ayuda del Espíritu Santo para hacer morir las obras de la carne.
Hemos muerto con Cristo. Estamos contados como muertos. Pero, como la gallina todavía corre, aunque esté muerta, la carne sigue produciendo sus obras, aunque estemos muertos. Para acabar con las obras de la carne de una vez, tenemos la ayuda del Espíritu Santo. Usamos su poder para librarnos de esta mala conducta. Jesús murió con la ayuda del Espíritu Santo y nosotros haremos lo mismo: “…la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo” (Heb. 9:14). Tenemos la sangre de Cristo y el poder del Espíritu Santo colaborando con nosotros para acabar con las obras de la carne y completar el sacrificio. Pongamos nuestra parte y participemos en esta muerte hasta que la muerte con Cristo afecte todo lo que hemos sido en la carne. El Señor nos ayudará a completar su obra en nosotros para que realmente vivamos la nueva vida con Cristo en su plenitud.
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