LA IDOLATRÍA

 

“¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos” (1 Corintios 6:9, 10).  

Lectura: 1 Cor. 6:4-11.

            Siempre que leemos listas semejantes acerca de los que no van al cielo, cuando llegamos a la palabra “idólatras”, suspiramos con alivio, porque nosotros no adoramos a estatuas. Pensamos: “De este pecado no soy culpable”. ¿Pero es cierto? ¿Por qué hay tantas advertencias contra la idolatría en la Biblia? ¿Qué significa esta palabra?

Vamos a mirar un texto que arroja luz sobre la idolatría: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu” (Ef. 5:18). Pensamos que el problema con al alcohol es la mala conducta que resulta de la embriaguez, pero el problema es más profundo que esto. La raíz del problema con el alcohol es que es un sustituto de Dios. La persona se emborracha para olvidar sus penas, para consolarse, para divertirse, para animarse y pasarlo bien y recibir aceptación, para completarse y hacerse más persona y para llenar el vacío en su vida. ¿Nos damos cuenta? ¡El alcohol está haciendo las veces del Espíritu Santo! Por esto dice el texto: “No te llenes de alcohol, sino del Espíritu Santo”. Sustituir a Dios con otra cosa es idolatría. No buscas a Dios porque tienes esta otra cosa.

Los que beben más de la cuenta no son los únicos que caen en este pecado. Son culpables de él todos los que llenan el espacio de Dios en su vida con otra cosa. A esto somos propensos todos. Toda persona que encuentra su satisfacción en la vida, su consuelo, su ilusión principal, su forma de ganar aceptación, su manera de cambiarse en otra persona más aceptable, en cualquier cosa que no sea Dios es culpable de este pecado. Si Dios no es la cosa principal en nuestra vida, lo hemos sustituido por otra cosa, y esta cosa es un ídolo. Si tu motivación en la vida es el dinero, la popularidad, la familia, la informática, la diversión, el fútbol, el cuidado de tu cuerpo, la comida, los estudios, un hobby, tu casa, tu trabajo, el éxito, el sexo, el marido, y un largo etcétera, eres idólatra. Si la política es toda mi ilusión, soy un idólatra. Cualquiera cosa que llena el hueco de Dios es mi ídolo. Puede ser una cosa muy buena, como la iglesia, el ayudar a otros, el ministerio, la música, la Biblia, o la alabanza, hilando muy fino. Estas cosas son buenas en su lugar correcto, pero no como sustitutos de Dios. Cuanto mejores son, más sutil es el engaño. Sólo Dios debe reinar supremo, el contacto directo con Él, la intimidad con Él, la plenitud de su Espíritu es lo que tiene que llenar el espacio de Dios en mis afectos. El mandamiento número uno es: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mat. 22: 37). Por eso el apóstol Juan termina su carta diciendo: “Hijitos, guardaos de los ídolos” (1 Juan 5:21).

Padre amado, escudriña mi corazón y muéstrame si otra cosa o persona está ocupando el trono en mi vida. Como escribió el poeta: “El ídolo más amado, sea lo que sea, ayúdame a arrancarlo de tu trono y adorarte solo a ti” (William Cowper; 1731-1800). En el nombre de Jesús. Amén.


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