“Había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño. Y he aquí, se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y tuvieron gran temor. Pero el ángel les dijo; No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor” (Lucas 2:8-11).
Lectura: Lu. 2:12-20.
Cristianos, despertaos, saludad la feliz mañana
en que nació el Salvador del mundo;
levantaos para adorar el misterio de amor,
que multitud de ángeles cantan desde lo alto.
Con ellos comenzó la gozosa nueva
del Dios encarnado, Hijo de la Virgen.
Entonces se dijo a los pastores vigilantes,
que oyeron la voz del heraldo angelical: «He aquí,
os traigo buenas nuevas del nacimiento de un Salvador
a vosotros y a todas las naciones de la tierra:
hoy ha cumplido Dios su Palabra prometida;
este día ha nacido un Salvador, Cristo el Señor.’
Él habló; y enseguida el coro celestial
participó en himnos de alegría, desconocidos antes;
Cantaron las alabanzas del amor redentor,
y todo el orbe del cielo sonó con aleluyas:
la gloria más alta de Dios era todavía su himno,
paz sobre la tierra y buena voluntad para con los hombres.
Directamente a Belén los pastores iluminados corrieron
para ver la maravilla que Dios había obrado en el hombre,
y encontraron, con José y la bendita Virgen,
a su Hijo, el Salvador, acostado en un pesebre:
luego regresaron a sus rebaños, todavía alabando a Dios,
y sus alegres corazones ardían con santo éxtasis.
¡Oh, que mantengamos y reflexionemos en nuestra mente el
maravilloso amor de Dios al salvar a la humanidad perdida;
tracemos al niño que ha recuperado nuestra pérdida
desde su pobre pesebre hasta su amarga cruz;
sigamos sus pasos, asistidos por su gracia,
hasta que el primer estado celestial del hombre vuelva a tener lugar.
Entonces podemos esperar, entre las huestes angelicales,
cantar, redimidos, un alegre cántico triunfal:
el que nació en este día alegre
a nuestro alrededor mostrará toda su gloria;
Salvados por su amor, incesantemente cantaremos
alabanzas eternas al Rey todopoderoso del cielo.
John Byrom, 1692-1763.
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