“Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Colosenses 2:9).
Lectura: Col. 2:6-10.
Aunque la mayor parte de la gente no lo sabe, y tampoco lo cree, esto es lo que celebramos en la Navidad, a saber, que Dios se encarnó en el cuerpo de un ser humano. Dios, que es más grande que el universo, que le cabe en el hueco de la mano, se redujo al tamaño de un bebé: “¿Quién midió las aguas con el hueco de su mano y los cielos con su palmo, con tres dedos juntó el polvo de la tierra, y pesó los montes con balanza y con pesas los collados? He aquí que las naciones le son como la gota de agua que cae del cubo, y como menudo polvo en las balanzas le son estimadas; he aquí que hace desaparecer las islas como polvo… Como nada son todas las naciones delante de él; y en su comparación serán estimadas en menos que nada, y que lo que no es. ¿A qué, pues, haréis semejante a Dios, o qué imagen le compondréis?” (Is. 40:12-18). No obstante, no es exacto decir que Dios es muy grande y se hizo muy pequeño, porque Dios no tiene tamaño. No es material. No es ni grande ni pequeño. Por eso puede llenar el universo y puede caber dentro de un bebé. Dios no tiene forma y no tiene tamaño. Todo Él puede estar dentro de una Persona y, a la vez, llenar el universo y extenderse más allá de sus confines. Todo lo que es Dios se encarnó en Jesús. Pues, el ángel dijo a María: “Nada hay imposible para Dios” (Lucas 1: 37), y Dios lo realizó.
Tú, que eras rico más allá de todo esplendor,
sólo por amor te hiciste pobre;
Abandonaste tronos por un pesebre,
patios pavimentados con zafiro por suelo de establo.
Tú que eras rico más allá de todo esplendor,
sólo por amor te volviste pobre.
Tú que eres Dios más allá de toda alabanza,
sólo por amor te hiciste hombre;
rebajándote tan bajo, para elevar a pecadores
hasta el Cielo, por tu plan eterno.
Tú, que eres Dios más allá de toda alabanza,
sólo por amor te convertiste en hombre.
Tú que eres amor más allá de toda expresión,
Salvador y Rey, te adoramos.
Emmanuel, morando dentro de nosotros,
haznos lo que quieres que seamos.
Tú que eres amor más allá de toda expresión,
Salvador y Rey, te adoramos.
Frank Houghton, 1894-72
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