“Y el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno, os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad, haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo; al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén” (Hebreos 13:20, 21).
Lectura: Heb. 13:16-22.
En esta doxología, que es sumamente hermosa, tenemos en cuatro líneas un resumen de todo el Evangelio.
El evangelio se centra en Jesús. Él es el gran pastor de las ovejas: “Jehová es mi Pastor; nada me faltará” (Salmo 23:1). “Yo soy el buen pastor. El pastor su vida da por las ovejas” (Juan 10:11). El “gran” pastor es el más importante, el pastor por excelencia. ¿No lo es Jehová? Sí, porque Jesús es Jehová. El gran pastor cuida de las ovejas, ¡y ellas lo matan!, pero Dios lo resucita de entre los muertos para que Él les pueda dar vida eterna en su sangre, iniciando un nuevo pacto con ellas, “el nuevo pacto en su sangre” (Lu. 22:20) que celebramos en la Mesa del Señor.
El buen pastor da su vida por las ovejas estableciendo un nuevo pacto entre ellas y Dios por medio del cual ellas tienen el perdón de pecados y la vida eterna, y también Él las equipa para vivir la vida que agrada a Dios ahora, antes de llegar al Cielo. Es decir, Él las pastorea ahora y las conduce a los buenos pastos eternos. Él es el que las hace aptas para toda obra buena para que hagan la voluntad de Dios: “… os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad”. El viejo pacto era inservible para hacernos agradables a Dios. Estaba basado en el cumplimiento de la Ley, que no podíamos cumplir. Nos condenaba. No nos podía perfeccionar. El gran pastor vino para hacernos perfectos para siempre con una sola ofrenda y santificarnos por medio de su Espíritu (Heb. 10:14). Así nos capacita para hacer la voluntad de Dios y ser agradables delante de Él.
El gran Pastor nos hace agradables delante de Dios al limpiarnos de nuestro pecado y darnos su Espíritu, el cual mora en nosotros con el resultado de que ya no vivamos más en pecado y derrota, haciendo lo que es agradable a Dios: “haciendo él (Jesús) en vosotros lo que es agradable delante de él (Dios Padre) por Jesucristo”. El plan de Dios nunca fue que dejásemos de guardar su Ley, porque su Ley es buena. Delinea el camino del justo. Pero el hombre es incapaz de guardarla. “La sangre del pacto eterno” es la sangre del nuevo pacto que pone la relación con Dios sobre la gracia de Dios en Cristo. No nos exime de cumplir la Ley del viejo pacto, sino que nos capacita para vivir en santidad por medio del Espíritu Santo, haciendo la voluntad de Dios de corazón.
Jesús, el “buen pastor”, dio su vida por sus ovejas para efectuar una paz duradera con Dios por medio de la sangre de su cruz y perpetuar esta paz, proveyendo el medio necesario, su Espíritu Santo, para que vivamos una vida que agrade a Dios. Nos justifica y nos santifica. ¡Así que podemos ser ovejas blancas y obedientes! El buen pastor salva a sus ovejas y las conduce a los pastos verdes eternos del Reino de Dios, donde Él recibirá gloria por los siglos de los siglos por esta salvación tan grande.
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