DIOS ENCARNADO EN FORMA DE HOMBRE

“Pero ¿es verdad que Dios morará sobre la tierra? He aquí los cielos de los cielos, no te pueden contener; ¿cuánto menos esta casa que yo he edificado” (1 Reyes 8:27).
 
Lectura: Fil. 2:5-11.
 
            La maravilla de la encarnación se nos escapa. Si es verdad que ni los cielos de los cielos pueden contener a Dios, ¿cómo podría contenerlo un templo humano? ¿Y si este templo humano fuese hecho de carne y hueso? Cuando Salomón terminó de dedicar su templo, la gloria shekhiná de la presencia de Dios lo llenó: “Cuando Salomón acabó de orar, descendió fuego de los cielos… y la gloria de Jehová llenó la casa. Y no podían entrar los sacerdotes en la casa de Jehová, porque la gloria de Jehová había llenado la casa de Jehová” (2 Cron. 7:1, 2). Los apóstoles testificaron de haber experimentado lo mismo con Jesús: “Y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14). “Habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad. Pues cuando él recibió de Dios Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria una voz que decía: Este es mi Hijo amado” (2 Pedro 1:16, 17). “Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Col. 1:9). Todo lo que es Dios estaba en Jesús. Jesús es “Dios con nosotros”, Emanuel (Is. 7:14).
 
1 Toda alabanza a Ti, Señor eterno,
Vestido con un manto de carne y sangre;
¡Elegiste un pesebre para tu trono,
aunque mundos sobre mundos eran sólo tuyos!

2 Una vez se inclinaron los cielos ante Ti;
Los brazos de una virgen te contienen ahora;
Ángeles, que en Ti se regocijaron,
escuchan ahora tu voz infantil.

3 Niño pequeño, eres nuestro huésped,
Para que en ti descansen los cansados;
Desamparado y solitario es tu nacimiento,
para que podamos elevarnos al cielo desde la tierra.

4 Tú vienes en la noche oscura
Para hacernos hijos de la luz;
Para hacernos, en los reinos divinos,
brillar como tus propios ángeles a tu alrededor.

5 Todo esto por nosotros lo ha hecho tu amor;
Con esto se gana nuestro amor hacia Ti;
Por esto afinamos nuestras alegres canciones
y gritamos nuestro agradecimiento en incesantes alabanzas.

 
Himno latino del siglo XI.
Himno alemán del siglo XIV.
Arreglado por Martin Luther; 1483-1546


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