LA HISTORIA DE DÉBORA(2)

 

“Y ella envió a llamar a Barac hijo de Abinoam, de Cedes de Neftalí, y le dijo: ¿No te ha mandado Jehová Dios de Israel, diciendo: Ve, junta a tu gente en el monte de Tabor, y toma contigo diez mil hombres… y yo atraeré hacia ti al arroyo de Cisón a Sísara, capitán del ejército de Jabín, con sus carros y su ejército, y lo entregaré en tus manos?” (Jueces 4:6, 7).
 
Lectura: Jueces 4:10,12-15.
 
            En dos momentos cruciales Débora usó su don de escuchar a Dios. Sin el uso de su don, Israel habría quedado bajo el yugo de su opresor. Dios da los dones que necesitamos para vencer al enemigo. Él entrega al enemigo en nuestros manos. Lo trae a nosotros, para que lo derrotemos. Cuando el enemigo viene a ti trayendo montones de problemas, es para que tú lo venzas en el poder de Dios. Débora envió a llamar a Barac, el capitán del ejército de Israel y le transmitió el mensaje de Dios. Esta mujer de Dios lo animó y estimuló para que obedeciese la Palabra del Señor. Mostró su confianza en él para montar una guerra contra este enemigo formidable. Le reforzó su fe en Dios y en su promesa. Cuando una mujer muestra confianza en un hombre, lo potencia para realizar el propósito de Dios para él. ¿No había dicho Dios que le entregaría a su enemigo en sus manos? ¡Pues, esto lo hará! Si Dios promete, lo hace.
 
            Paremos un momento para considerar una cosa. Débora oyó a Dios y dijo al hombre lo que tenía que hacer. Eva oyó al diablo y dijo al hombre lo que tenía que hacer. Débora no tomó el lugar de mando del hombre. Eva sí que tomó el lugar del mando que le correspondía al hombre. La acción de Débora trajo salvación a Israel. La acción de Eva trajo la perdición a la raza humana. Cuán importante es que las mujeres, cuando oímos a Dios, animemos a nuestro hombre a poner su fe en lo que Dios ha prometido. Tomemos nota a quién estamos escuchando. ¿He recibido una palabra de Dios o del diablo? Esto es lo que hemos de discernir.
 
            En esta historia el que manda es Dios, no Débora. Ella como profetisa oyó la voz de Dios y transmitió esta palabra al hombre. Lo potenció con esta Palabra. Mostró respeto y confianza en su capacidad para liderar. No lo quitó de en medio para ocupar su puesto. Ella no levantó el ejército, ni era el comandante. El hombre obedeció a Dios, no a Débora. Cada uno estaba en su sitio. Y Dios en el suyo. Su lugar es el de hacer milagros. Él hace lo que el hombre no puede hacer.  
 
            Barac respondió al mensaje de Dios diciendo a Débora: “Si tú fueres conmigo, yo iré; pero si no fueres conmigo, no iré” (4:8). ¿Barac iba a esconderse detrás de la falda de una mujer? En absoluto. La necesita no como guerrera, sino como profetisa. Dios iba con ella. Por esto Barac quería que ella fuese con él a la batalla. El Comandante era Dios y Dios hablaría dando las órdenes de batalla por boca de Débora. Era vital que ella estuviese. La mujer que está en contacto con Dios es vital en la batalla de la fe. Ella ocupa un lugar estratégico en la guerra espiritual.


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