LA HISTORIA DE DÉBORA[1] (1)

 

“Gobernaba en aquel tiempo a Israel una mujer, Débora, profetisa, mujer de Lapidot” (Jueces 4:4).
 
Lectura: Jueces: 4:1-10.
 
Es maravilloso ser mujer. No tenemos que ser hombre para realizarnos. Dios nos ha dado dones para servirlo como mujeres, y, al usarlos, somos felices y ayudamos al pueblo de Dios.
 
            La historia de Débora es la historia de una mujer con autoridad y con muchos dones que los empleó para poner en libertad a su pueblo Israel. Esta mujer era profetisa y jueza. En aquel tiempo Israel era una teocracia, gobernado por Dios. Él comunicaba su voluntad por medio de su Ley, la Ley de Moisés, y por medio de su profetisa, Débora, quien escuchaba y transmitía la voz de Dios dirigiéndose a su pueblo. Ella, como jueza, era conocedora de la Ley de Dios, y por medio de la aplicación de la Ley establecía justicia en Israel. Como profetisa escuchaba la voz de Dios en cuanto a la dirección del pueblo. Débora también tenía dones de escritora, poetisa y música. Dirigía al pueblo en alabanza a Dios: “Aquel día cantó Débora con Barac hijo de Abinoam diciendo: Por haberse puesto al frente los caudillos en Israel, por haberse ofrecido voluntariamente el pueblo, load a Jehová. Oíd, reyes: escuchad, oh príncipes; yo cantaré a Jehová, cantaré salmos a Jehová, el Dios de Israel” (Jueces 5:1-3). Débora también tenía el don de motivar y poner en marcha a los líderes del pueblo. Inspiraba confianza en Dios. Potenciaba a los hombres para que ellos sirviesen a Dios en su papel de hombre, y lo hacía como mujer en su papel de mujer. ¡Ser mujer no significa ser una nulidad! Significa colaborar con Dios como tal.
 
            Esta es la historia: El pueblo de Israel se había apartado de Dios. Se rebeló en cuanto a su gobierno, así que Dios dijo en efecto: “No queréis que yo sea vuestro Rey, pues vale, os daré otro rey”. Y Dios los vendió al enemigo: “Y Jehová los vendió en mano de Jabín, rey de Canaán… y el capitán de su ejército se llamaba Sísara. Entonces los hijos de Israel clamaron a Jehová, porque aquél tenía novecientos carros herrados, y había oprimido con crueldad a los hijos de Israel por veinte años” (4:2, 3). El rey de Canaán era un enemigo cruel y potente. ¡Tenía 900 carros de hierro, mientras que el pueblo de Dios estaba desarmado! Israel estaba muerto de miedo. Nadie salía a la calle y las plazas estaban vacías. ¡Finalmente los israelitas decidieron clamar a Dios para que los librasen! ¡Tardaron 20 años en decidirse a orar! La rebeldía es cosa dura. Cuando Dios se retira y nos concede lo que pedimos, ¡descubrimos que estábamos mejor con Él! El enemigo es cruel.
 
Dios en su misericordia escuchó el clamor de su pueblo y mandó un mensaje a la profetisa Débora. Le dijo de hablar con Barac diciéndole: “¿No te ha mandado Jehová Dios de Israel, diciendo: Vé, junta a tu gente en el monte de Tabor, y toma contigo diez mil hombres…y yo atraeré hacia ti al arroyo de Cisón a Sísara, con carros y ejército, y lo entregaré en tus manos? (4:6, 7). Cuando Dios nos atrae al enemigo, ¡es para vencerlo! ¿Qué hizo Débora? ¡Potenció a los hombres! Los puso en marcha. Ella no era la salvadora. Dios es el Salvador. Ellos tenían que asumir su responsabilidad como hombres, y, en obediencia a Dios, lo hicieron.      


[1] Conferencia que di en la Iglesia de Esparraguera, Barcelona, el sábado 2 de diciembre después del sketch anterior.


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