“Aun el hombre de mi paz, en quien yo confiaba, el que de mi pan comía, alzó contra mí el calcañar” (Salmo 41:9).
Lectura: Salmo 41:7-13.
Jesús no tenía corazón de piedra como algunos piensan. Creen que la traición de Judas no le dolió porque, siendo Dios, ya sabía que iba a pasar y, de hecho, ya lo sabía desde el principio, y lo sabía cuando lo escogió como discípulo. Los que piensan así piensan que a Jesús no le dolió cuando Lázaro murió, porque sabía que lo iba a resucitar. Y Piensan que a Jesús no le dolió cuando el Padre lo abandonó en la cruz, porque Dios está en todas partes y no nos puede abandonar. Y, es más, como sabía que iba a resucitar, este conocimiento le quitó el dolor de la cruz. También piensan que las burlas y el desprecio que recibió en la cruz tampoco le hicieron mucha mella, porque ya lo esperaba. Sin embargo, dice: “No escondas de tu siervo tu rostro, porque estoy angustiado… Tú sabes mi afrenta, mi confusión y mi oprobio; delante de mí están todos mis adversarios. El escarnio ha quebrantado mi corazón, y estoy acongojado” (Ver Salmo 69:16-21).
Entender mal los sentimientos de Jesús nos priva de conocerlo de verdad. Los que hacen una caricatura del verdadero Jesús, conciben de Él como una mezcla de Dios y hombre inmune al dolor, porque era Dios, porque ya sabía todo de antemano. Cuando estudiamos los Salmos y los profetas, vemos que Jesús tenía sentimientos tan reales o más que los nuestros. Por eso, Él puede identificarse con nosotros en nuestro dolor: “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Heb. 4:15). Es cierto que Dios se hizo hombre en Jesús, ¡pero también es cierto que Dios tiene sentimientos! “Todo el día extendí mis manos a un pueblo rebelde y contradictor” (Rom. 10:21 e Is. 65:2). ¿No te conmueve este clamor?
¿Qué dice Jesús proféticamente de la traición de Judas? “Aun el hombre de mi paz, en quien yo confiaba, el que de mi pan comía, alzó contra mí el calcañar” (Salmo 41:9). ¿A ti te duele cuando un amigo te traiciona? Pues, a Jesús más, porque no había nada en Él que mereciese este trato. Él puede sentir la misma desolación que tú sientes.
¿Nunca has llorado cuando leíste estas palabras: “Mi siervo Moisés ha muerto” (Josué 1:2)? Dios perdió la comunión con uno de los hombres más grandes de la historia, con el que era su amigo, con el que hablaba cara a cara, “como habla cualquiera con su compañero” (Ex. 33:11). ¿No te da pena? ¿Cuántos “Moisés” ha tenido Dios? Dios lo había enterrado. ¿Tú has enterrado a un ser querido? Pues este es el dolor que Dios sentía. Y me dices, claro, pero ya estaba con Él en el cielo. Sí, pero tú ya estarás con esta persona en el cielo. Lo sabes, pero el dolor no desaparece. Tampoco el de Jesús cuando Lázaro murió. Él estaba muerto y Jesús lloró. No menosprecies el dolor de Dios.
No pierdas la bendición de conocer el corazón de Dios, y el mismo corazón latiendo en el cuerpo de Jesús. Claro que le dolía la muerte, y ninguna presciencia quitó el aguijón de este dolor. Vuelve a leer las Escrituras sin decir “sí, pero”, y entra en el dolor de Dios, y entrarás en el dolor de Jesús y la consolación del Espíritu Santo que no viene por su presciencia, sino por su amor y ternura. Toda la gama de sentimientos que tú sientes Dios la siente, porque fuiste hecho a su imagen.
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