CONOCERLO

“Entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:23).
 
“Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3).
 
“Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme (Jer. 9:23, 24).
 
Lectura: Ef. 3:14-19.
 
            Conocer al Señor y ser conocido por Él es el criterio para entrar en el Reino de Dios. Conocerlo es vida eterna y no ser conocidos por Él es condenación eterna. Se ve que se trata de un conocimiento mutuo, yo lo conozco a Él y Él me conoce a mí. Yo puedo saber cosas de Dios, y Él sabe todo lo que me concierne, pero no se refiere a un conocimiento intelectual y doctrinal, sino a un conocimiento vivencial y personal.
 
            Dios quiere ser conocido y los que lo aman quieren ser conocidos por Él. David oró: “Oh Jehová, tú me has examinado y conocido. Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme; has entendido desde lejos mis pensamientos. Has escudriñado mi andar y mi reposo, y todos mis caminos te son conocidos (Salmo 139:1-3). Dios sabe todas las cosas porque Él es Dios, pero no se trata de esto, sino del conocimiento relacional. El salmista David desea que Dios lo conozca, no automáticamente, sino deliberadamente, porque elige intimar con David como amigo. Por eso David termina la oración diciendo: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébeme y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mi camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (Salmo 139:23, 24). David está pidiendo a Dios que conozca su corazón, sus pensamientos y su andar. No esconde nada de su vista. El amor desea transparencia. David no fue perfecto, pero llegó al corazón de Dios con su ardiente deseo de intimidad con Él, y esto es lo que Dios desea, la unidad de corazones, el suyo con el corazón del hombre.
 
            Solo Dios es capaz de explorar el corazón del hombre y escudriñar sus profundidades. Intuimos que hay más de nosotros de lo que nos damos cuenta. Es cierto que el hombre es criatura del tiempo, pero es igualmente cierto que nuestra existencia data a la eternidad de Dios, porque siempre hemos sido conocidos por Él; siempre hemos ocupado nuestro lugar en su corazón. ¡El corazón de Dios no ha ido evolucionando para dar espacio a más personas cada vez! Él domina las profundidades del mar, la vasta expansión del espacio, las complejidades de la célula humana y también la profundidad del corazón del hombre. El creyente lo invita a entrar y sondear sus profundidades porque quiere ser conocido por Él, y Dios, por su parte, se abre a la posibilidad de ser conocido por el hombre. La relación que empieza aquí terminará en la eternidad, pues los que lo conocen y son conocidos por Él son los que van a formar parte del Reino eterno de Dios.    


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