“Me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón” (Jeremías 29:13).
Lectura: Jeremías 29:8-13.
Conectar con Dios no es fácil, porque Dios es Verdad y Él no se conecta con nada que no sea sinceridad. No se conecta con la mentira o el engaño. Él es Luz y transparencia y, si estamos escondidos bajo una capa de bondad ilusoria, creyendo que somos buena gente, no damos con Él. Cuando hemos perdido toda ilusión acerca de nosotros mismos y enfrentamos nuestra desnuda realidad, estamos en condiciones de encontrarlo. ¡Cuánto tenemos que penetrar para llegar a nuestro verdadero ser! El sufrimiento es un gran revelador de cómo realmente somos.
En la cruz lo que salió a relucir de Jesús era cómo realmente era en esencia, aun separado de su Padre por estar llevando nuestro pecado. Seguía buscando a Dios, clamando por Él, seguía confiando en Él en medio del abandono aparente de su Padre y la injusticia de lo que le estaba pasando; continuaba manteniendo su fe en la bondad de Dios, y mantenía intacto todo lo que siempre había creído de Dios (Salmo 22:1-5). A la vez, no estaba absorbido en su dolor, ni distraído por la maldad de la gente que lo estaba matando, sino que estaba libre para seguir amando a los demás, como siempre lo había hecho. Estaba disponible. Cuando el guerrero que estaba colgado a su lado estuvo preparado para conectar con Él, Jesús estuvo dispuesto.
La Biblia se refiere a este hombre como malhechor (Lucas 23:32, 33), o ladrón (Mat. 27:38), y lo era, aunque más bien extorsionista. Robaba para financiar a su banda terrorista que pretendía volcar el gobierno romano y establecer a Israel como Estado libre. Sus planes habían fallado y ahora no tenía ninguna posibilidad de introducir ninguna revolución. Lo habían pillado, y su tiempo llegaba a su fin. El propósito de su vida quedaba inalcanzable. Él estaba acabado. Al ir pasando el tiempo en la cruz, pensó en el hombre muriendo a su lado. Lo habían condenado por pretender ser “Rey de los judíos”. ¿Dónde estaba este reino? Al pasar el tiempo se dio cuenta de que, efectivamente, era Rey, pero de un reino que no era de este mundo. Y también reconoció que Él era justo, mientras que él mismo no. Lo defendió diciendo que él estaba pagando por sus crímenes, pero Jesús no había hecho nada malo (Lucas 23:41).
Allí es donde este ladrón conectó con Jesús, en la cruz, reconociendo su fracaso, su equivocación tan grande en cuanto a cómo lograr un Israel libre: el fracaso de su vida y su pecado. Y allí estaba Jesús a su lado llevando su pecado. Por esto pudo conectar con Él, por el pecado suyo que Jesús llevaba. No por el dolor que ambos sentían, esto, tal vez al principio; pero luego, dando con su propia realidad, dio con Dios, con Jesús, por medio del pecado. Y esta es la misma manera que nosotros conectamos con Dios: hay algo nuestro dentro de Él: nuestro pecado, y hay algo dentro de nosotros que da acceso a Dios, a saber, la luz, la verdad y la realidad. Esto abre la puerta del hombre a Dios, y la puerta de Dios se abrió en Jesús, llevando nuestro pecado. ¡Y ala!, nos encontramos; conectamos por medio del pecado y llegamos a formar parte de su reino, el verdadero Israel libre, la Jerusalén de arriba, el Reino de Dios.
Copyright © 2023 Devocionales Margarita Burt, All rights reserved.