LOS AMIGOS DE PABLO (2)

 

“Salud a Epeneto, amado mío, que es el primer fruto de Asia (Asia es la mejor lectura atestiguada según los mss. antiguos, no Acaya) para Cristo” (Romanos 16:5).
 
Lectura: Romanos 16:5, 6.
 
Para Pablo Epeneto no era solamente un prosélito, ni siguiera un hermano al cual amaba, sino que se refiere a él como “amado mío”. una parte suya. ¿A cuántas personas las referimos como “nuestras”? ¿Vemos a los demás creyentes como nuestros? Y otra pregunta: ¿Cómo podría Pablo amar a tanta gente? El amor de Dios en Cristo llenó el corazón del apóstol. Para Epeneto habría sido difícil ser el primer convertido en Asia. Al convertirse dejó de identificarse con su cultura y se identifica con el pueblo de Dios. Quedó con una sola persona en el mundo como pueblo y familia suyos: Pablo. No sabemos lo que su conversión le costó socialmente; pero al ir convirtiéndose otros, ya tenía una nueva familia. ¡Cuánto se habría alegrado al escuchar la referencia a su nombre cuando esta carta fue leída en su iglesia!
 
“Salud a María, la cual ha trabajado mucho entre vosotros” (16:6). Pablo está reconociendo la labor de esta hermana. Esto me recuerda del himno que cantamos esta mañana:
 
Ve, trabaja, gástate y sé gastado,
Tu gozo sea hacer la voluntad del Padre;
Es el camino por el cual atravesó el Maestro,
¿No debe caminar por él el siervo también?
 
Ve, trabaja: tu trabajo no es en vano;
Tu pérdida terrenal es ganancia celestial;
Los hombres no te escuchan, no te aman, ni te alaban;
El Maestro sí. ¿Qué valen las alabanzas del hombre?
 
Ve, trabaja: tus manos son débiles,
Tus rodillas desmayan, tu alma, apesadumbrada;
No te desanimes; el galardón que buscas
Está muy cerca: un reino y una corona.  
 
Ve trabaja, mientras sea de día;
La noche oscura del mundo se aproxima;
Apresúrate con tu trabajo; ¡pereza fuera!
Por el camino de la pereza no se ganan almas.
 
Ve trabaja, no desmayes, vigila y ora;
Sé sabio para ganar al alma errante;
Sal fuera a la carretera de este mundo,
Ruega al vagabundo que entre. 
 
Sigue trabajando, y regocíjate en tu labor; pues,
Al trabajador viene descanso, al exiliado hogar;
Pronto oirás la voz del Novio,
El clamor de medianoche, “He aquí que vengo”.
 
                                    Horatius Bonar, 1808-89.
 


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