SOMOS CONOCIDOS

 

Oh Jehová, tú me has examinado y conocido” (Salmo 139:1).
 
Lectura: Salmo 139:1-3.
 
            Somos muy complejos. Cada persona es un mundo. Cuando finalmente nos damos cuenta de que hay una Persona que nos conoce, se nos va la soledad, porque somos conocidos. El Señor nos conoce, no de forma intelectual debido a su omnisciencia, sino de forma íntima, como las personas se conocen porque se lo proponen. Dios es un Dios relacional y le gusta explorar las profundidades de las personas que lo buscan, para intimar con ellas. Se encuentra con ellas en sus meditaciones, les plantea preguntas sobre cosas que no entienden para estimularlas a indagar más en Él, y, en el proceso, reciben más luz, porque se les revela para tener más comunión con ellas.  
 
            El profeta dijo: “Me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón” (Jer. 29:13). Pensamos que esto significa que, si buscamos a Dios, encontraremos la salvación. Esto es cierto, pero significa mucho más: ¡significa que encontraremos a Dios! Conocerlo es vida eterna. Encontrar a Dios es como descubrir una biblioteca. Pasamos por la puerta y hay miles de libros para leer. Empezamos con uno y comprendemos que toda una vida no da para leerlos todos. ¿Qué hacer? ¿Nos damos por satisfechos porque hemos encontrado la biblioteca? ¿O, puesto que nos atrae la idea, empezamos a leer libro tras libro, sabiendo que aquí empezamos y en la eternidad nunca acabaremos, y sabiendo que nunca nos aburriremos, porque esta relación no tiene fin? Al progresar nos damos cuenta de que Dios nos salvó por esto, para conocerlo. Algunos se quedan con la salvación, y están servidos, pero otros prosiguen y nunca acaban en su búsqueda de Dios.
 
            A la vez, Dios por su parte nos busca a nosotros. Lo hace por medio de lo que vivimos, muchas veces en medio de la tragedia o en la enfermedad. Surgen preguntas y meditamos en su Palabra buscando respuestas al Dios que las tiene, ¡solo para tener más preguntas! “¿Quién conoció la mente del Señor? (1 Cor. 2.16). “¡Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos! ¡Cuán grande es la suma de ellos! Si los enumero, se multiplican más que la arena; despierto, y aún estoy contigo” (Salmo 139:17, 18).
 
            Conocer a Dios y ser conocido por Él es fascinante. Dios podría invadirnos para conocernos, pero prefiere que lo invitemos a pasar: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo” (Apoc. 3:20); llama para conversar. Hablamos los dos. Dios sabe dónde estamos y adónde vamos: “Has escrudiñado mi andar y mi reposo, y todos mis caminos te son conocidos” (139:3). Él sabe lo que estamos pensando: “Pues aún no está la palabra en mi lengua, y he aquí, oh Jehová, Tú la sabes toda” (139:4). Entiende por qué pensamos como pensamos, nos ensancha la mente y nos empuja a seguir pensando y preguntando para poder enseñarnos más: “Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; alto es, no lo puedo comprender” (139:6) y así vamos… caminando como dos amigos por un camino que nunca se acaba, e intuimos que es por esto que Dios nos creó, y por esto que nos quebrantó el corazón, para que lo descubriésemos en el dolor, el nuestro y el suyo, al pie de la cruz que marca el principio y el final inacabable del camino.   


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