“En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él” (Juan 7:37-39).
Lectura: Juan 7:2-5.
Para los que no lo conocen, Hudson Taylor fue misionero al interior de China en el siglo XIX. Enfrentó muchas dificultades incluyendo la enfermedad propia, la muerte de su esposa y sus hijos, el abandono de algunos de los misioneros que colaboraban con él, la persecución, presiones financieras y la incredulidad persistente que lo rodeaba. ¿Cómo pudo continuar en la obra a pesar de todas estas dificultades? ¿Por qué no se dio por vencido? ¿Cómo pudo continuar fuerte en fe delante de un sufrimiento semejante?
Él mismo lo explica. Dice que aplicaba este texto (Juan 7:37-39) para recibir fuerza de Dios en medio de sus pruebas. ¿Cómo podemos aplicarlo a nosotros mismos? Ya conocemos el texto. Hemos creído en Cristo y hemos recibido el Espíritu Santo, pero ¿cómo conseguimos el consuelo, el poder, la valentía, el ánimo, el aguante, la paciencia, y la ayuda de Dios en medio de circunstancias tan duras como estas? Esto lo pueden entender los que están viviendo en conexión vital con Cristo.
Antes de poder recibir lo que necesitamos del Señor, hay unos pasos previos. El primero es reconocer nuestra necesidad: “Si alguno tiene sed”. Ser salvo no significa que ya no tenemos sed. La sed se satisface por vía de una “tubería” que nos conecta con Jesús para recibir el suministro de la gracia que necesitamos. Esta tubería es el Espíritu Santo que tiene su sede en el Cielo y vive en nuestros corazones. Él ministra desde el Cielo nuestros corazones, pues el río de Dios nace en el Cielo y llega a nuestros corazones si la vía no está bloqueada por pecados como pueden ser la mundanalidad, la desobediencia a la Palabra de Dios, la falta de compromiso con el Señor, una mala relación con un hermano, el incumplimiento de un deber, una mala actitud, el egoísmo, la desconfianza en Dios, la falta de fe, etc., etc. Quitamos el estorbo.
El principio es este: Venimos al Señor con corazones limpios, reconocemos nuestra necesidad, y nos abrimos con fe para recibir lo que Dios está dispuesto a darnos. En estas condiciones, pedimos y recibimos. Si no identificamos lo que nos está bloqueando, pedimos al Espíritu Santo que nos lo revele. Lo confesamos. Rectificamos y recibimos. Oramos con fe, dirigidos por el Espíritu Santo y pedimos lo que necesitamos, y Dios nos lo da. Entramos en la presencia de Dios, y, en actitud de humildad, dependencia y confianza en Dios, pedimos.
Padre amado, enséñame a aprender a beber de la Roca, que es Cristo (1 Cor. 10:4). Vengo ahora en estos momentos preciosos a pedirte la fuerza de Cristo, su gozo al hacer tu voluntad, su sabiduría, su paciencia en las dificultades, su total veracidad, su compasión para con los débiles, y su amor generoso y espléndido. Gracias, bendito Padre. Lo recibo por fe. En su bendito nombre, amén.
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