“Y maravillándose todos de todas las cosas que hacía, dijo a sus discípulos: Haced que os penetren bien en los oídos estas palabras; porque acontecerá que el Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres. Mas ellos ni entendían estas palabras, pues les estaban veladas para que no las entendiesen; y temían preguntarle sobre esas palabras” (Lucas 9:43-45).
Lectura: Lucas 9:37-43.
Jesús explicó por segunda vez a sus discípulos lo que le iba a pasar, a saber, la cruz, pero no entendieron nada, porque Dios aún no les había abierto el entendimiento. Las verdades espirituales son incomprensibles a no ser que Dios nos las revele. Nadie entiende el mensaje de la cruz por lógica humana. Sin su obra, nosotros podemos explicar el mensaje de salvación por fe en la muerte de Cristo en la cruz para el perdón de nuestros pecados, y no lo entiende la gente. Las palabras les suenan, pero el mensaje no les entra.
En aquellos momentos los discípulos estaban maravillándose del milagro de la sanidad del muchacho (la historia anterior), y sus mentes estaban ocupadas con la grandeza del reino de Jesús y la parte tan importante que ellos iban a tener en él (la historia siguiente) cuando Jesús les habló de su muerte. Lejos de entender el mensaje de su muerte, ¡estaban debatiendo acerca de quién iba a ser el más importante en el reino! Ellos estaban en la onda del orgullo y Jesús estaba en la onda de la humildad, pues Él estaba a punto de humillarse hasta la muerte de cruz: “estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2: 8). Claro, la cruz no es compatible con la grandeza.
Hay dos cosas necesarias para entender las verdades espirituales: la parte humana y parte divina. La persona tiene que estar preparada para recibir la verdad, y Dios tiene que revelársela. Cuando Jesús les preguntó a los discípulos quién era, Pedro contestó que era “el Cristo, el Hijo del Dios viviente”, y Jesús le contestó que él era una persona bendecida por Dios, porque Dios se lo había revelado (Mat. 16:16, 17).
Si nosotros vamos a comprender las cosas de Dios, tenemos que preparar nuestros corazones. Tenemos que estar abiertos a Dios, escuchándolo, dispuestos a obedecerlo, y correctamente relacionados con él. Y Dios nos tiene que abrir el entendimiento para recibirlas. Lo mismo pasa con la gente de la calle. Ellos deben tener un corazón para Dios y Dios tiene que revelarles sus verdades. Por eso Pablo ora de la manera siguiente para los creyentes de Éfeso: “Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento” (Efes. 1:17, 18).
Padre amado, esto es lo que pido para mí, que me des espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de Él, de Jesús, y del evangelio y de Ti, y pido lo mismo para mis seres queridos que no te conocen. En el nombre de Jesús, Amén.
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