“Vosotros padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor” (Efesios 6:4).
Lectura: Efesios 6:1-4.
El testimonio de un misionario arroja mucha luz sobre esta enseñanza de Pablo. Tenía un padre que tenía un pronto violento. Cuando uno de sus hijos lo hacía enfadar, le pegaba con el cinturón sin misericordia. El niño, además de tener resentimiento, tenía la autoestima por los suelos y suspendía en el colegio. Se creía tonto y los demás niños se burlaban de él. Esta fue la tónica de sus años escolares hasta que tuvo doce años cuando todos los niños tuvieron un test de inteligencia. ¡Para sorpresa del profesor, sacó una nota altísima! Los demás niños en la clase no se lo podían creer.
El profesor tuvo una conversación con sus padres y les enseñó el resultado del test. Fue honesto con ellos y les dijo que ellos eran los responsables de su fracaso escolar, porque lo criticaban mucho y lo afirmaban poco. Les dijo que su hijo no sacaba buenas notas porque nunca le decían nada positivo, no lo reforzaban ni cuando hacía bien, ni lo creían capaz de llegar a ninguna parte en la vida, y así se lo habían hecho creer a él. Lo que necesitaba era menos palizas y crítica y más amor y comprensión.
La disciplina que administramos en casa nunca debe dejar a nuestro hijo con la impresión de que no puede hacer nada bien. Una disciplina severa incapacita al niño, mientras que la ausencia de disciplina crea niños consentidos, malcriados, inseguros, perezosos y engreídos. La disciplina y amonestación del Señor lo capacita para vivir para el Señor.
Un pastor explicó a su congregación el método que usaba en casa para disciplinar a sus hijos. Cuando uno de ellos hacía algo malo, digno de castigo o corrección lo llevaba aparte y le hacía tres preguntas:
- ¿Qué es lo que has hecho mal?
- ¿Cómo deberías haberlo hecho?
- ¿Qué tienes que hacer ahora?
Por ejemplo: Tu hijo le ha pegado a otro niño porque le quitó su coche. Lo llevas aparte y le preguntas: ¿Qué hiciste que sabías que no tenías que hacer? Esto lo ayuda a reflexionar y nombrar su falta. Si no lo sabe, le das tiempo para pensar en la solitud de su habitación. Luego le preguntas qué debería de haber hecho en lugar de hacer lo que hizo. No es fácil. Él se ha tomado la justicia por sus manos. Para él, lo que hizo estaba bien. Esta pregunta admite mucho diálogo. Finalmente, le preguntas cómo tiene que rectificar la situación. Si no quiere pedir perdón al otro niño, puedes acompañarlo y hablar con el otro de la necesidad de pedir lo que quiere en lugar de cogerlo sin permiso. Esto ayudará a tu hijo a pedirle perdón por la parte suya. También lo puedes ayudar a orar y pedir perdón a Dios y su ayuda para no volver a hacerlo. Después administras el castigo correspondiente. La buena disciplina cambia la conducta. La mala crea resentimiento y complejos.
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