“Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias” (Fil. 4:6).
Lectura: Fil. 4:6, 7.
Se nos estropeó el agua caliente un sábado por la tarde, y claro, como pronto, el técnico no podía venir hasta el lunes. Mi marido se acostó preocupado pensando en esto y en la inconveniencia a nuestros invitados y tuvo un sueño. En el sueño vio lo que tenía que hacer para ponerlo en marcha. Así que el domingo empezó con agua caliente y alegría, pero sobre todo con un sentido de la cercanía de Dios.
A mi marido le tocó predicar en una iglesia donde no habíamos ido nunca. Aparcamos el coche más o menos cerca de la calle de la iglesia y empezamos a buscarla, mi hermana empujándome en una silla de ruedas subiendo una cuesta muy grande. Vimos un hombre que pasaba por allí y le preguntamos si sabía dónde estaba la iglesia. Dijo que allí iba y ofreció empujar la silla y nos llevó a la iglesia, ¡pues era la suya! Después del culto ofreció hacer lo mismo y llevarnos otra vez a nuestro coche. Le pregunté si vivía cerca de la iglesia y nos dijo que sí, a diez minutos andando, pero que había venido en moto para llegar antes ¡a ver si podía ayudar a alguien!
Salimos de la iglesia habiendo experimentado el amor de muchos hermanos, incluyendo el de una que ¡nos había hecho un pastel de zanahoria para llevar a casa!
Mi hermana había comprado algo en el chino que no le iba bien, e íbamos a cambiarlo el lunes, pero no pudimos encontrar el recibo. Buscamos por todas partes, puesto que el Señor nos ha ayudado en todo, confiábamos que nos ayudaría en esto también y tuvimos paz. Nos pusimos cómodas en el sofá para escuchar un sermón que nos había mandado mi hija cuando mi ojo cayó sobre el recibo que ¡solo se veía desde el ángulo donde estaba sentada!
Después vino a vernos una hermana para ver cómo estábamos. Nos había hecho el favor de hacernos la compra y yo me había preocupado acerca de un detalle y temía que esto iba a presentar un problema con ella; había puesto la situación delante del Señor en oración, pero a la hora de la verdad, era una preocupación innecesaria, porque no había problema alguno, y el asunto se podía solucionar fácilmente. ¡Vi otra vez que la vida tiene suficientes problemas reales, sin la necesidad de inventar a otros posibles!
Y así terminó el día del Señor, igual que empezó, con mucho agradecimiento al Señor quien hace bien todas las cosas: “Alabad a Jehová, porque él es bueno; porque para siempre es su misericordia” (Salmo 118:1).
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