MI CORAZÓN DE PIEDRA (1)

 

“Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les daré un corazón de carne” (Ezequiel 11:19).
 
Lectura: Marcos 15:12-20. Lucas 1:78, 79.  
 
            Tener un corazón de piedra no es patrimonio exclusivo de los inconversos. A veces los creyentes también tenemos el corazón endurecido. Los más conocedores de las Escrituras en tiempos de Jesús no sabían nada de misericordia. Fueron los religiosos que pasaron de lado al mal herido en el camino de Jericó. Fueron los discípulos los que criticaron a Jesús por recibir la atención de la mujer que vertió el perfume del frasco de alabastro sobre sus pies. Ni el sufrimiento de otros, ni el desprecio que recibió Jesús nos llegan al corazón. Evitaríamos al leproso, y mandaríamos callarse al ciego del camino de Jericó. Las solemnes advertencias de Jesús las aplicamos a otros. Hemos perdido todo el temor del Día del Juicio porque confiamos en nuestra espiritualidad. No lloramos por las multitudes que pasan a la eternidad sin conocer a Cristo.
 
Oh por tener un solo vistazo del Día eterno,
Para quitar de mí este empedernido corazón;
Y descongelar con los rayos de amor divino
El corazón, este congelado corazón que tengo.
 
Las piedras pueden partir; la tierra puede moverse;
El mar puede ponerse bravo; las montañas temblar;
En cuanto a sentimientos, todas las cosas dan muestra,
Todas, menos este corazón mío desprovisto de sentimientos.
 
Oír de las tristezas y desprecios que Tú has sentido,
El pedernal más duro del mundo derretiría;
¿Cómo puedo yo leer cada enternecida frase tuya
Sin que conmueva este corazón mío?
 
Tus juicios que hacen temblar a los demonios
Escucho yo sin conmoverme. ¡Terrible realización!
Ni la amorosa bondad de Dios, ni la espantosa ira de Dios
Logran mover este corazón mío vacío de sentimientos. 
 
Solo Uno hay que puede realizar esta hazaña,
¡Estoy necesitado de su toque irresistible!
Tu Espíritu sí puede refinar mi escoria
Es capaz de conmover y derretir este corazón mío.   
 
                                                           Joseph Hart, 1712-68.
 
Señor amado, despierta en mí las emociones que tú tuviste cuando anduviste sobre nuestro suelo. Hazme partícipe de la entrañable misericordia de nuestro Dios. Derrite mi corazón. Amén.      
  
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