“El conocimiento envanece, pero el amor edifica” (1 Corintios 8:1).
Lectura: 1 Corintios 8:1-3.
El conocimiento en sí es neutral, ni es bueno ni malo. Puede ser usado para el bien o para el mal. Se usa para el bien cuando se combina con el amor; en tal caso edifica. Pero cuando se combina con el orgullo, condenamos a otros que saben menos, y sirve para el mal. El conocimiento teórico puede conducir a discusiones sobre cosas que no son importantes para nuestra vida práctica; pero, combinado con el amor, evitamos esta clase de conflictos, y entonces el conocimiento edifica.
En cuanto al estudio bíblico, el conocimiento sin aplicación práctica y personal engaña, porque pensamos que sabemos algo, cuando no lo sabemos, porque no lo estamos practicando. Si no lo practicamos, no lo sabemos. Por ejemplo, sabemos que el Señor va a volver y hemos estudiado mucho acerca de cómo se presentará su venida; pero, si no estamos viviendo en santidad, creemos que estamos preparados por nuestro conocimiento, pero no lo estamos en absoluto, porque no estamos viviendo en condiciones para recibirlo.
Otro ejemplo: Si sabemos que Pablo hizo tres viajes misioneros y por dónde pasó y lo que hizo en cada una de las ciudades donde fundó una iglesia, pero no estamos evangelizando nosotros en nuestro lugar de trabajo, o en nuestro vecindario, o en nuestra familia, somos como los fariseos que tenían mucho conocimiento, pero no hacían nada para ayudar a nadie. El conocimiento sin la práctica es farisaico. Santiago dijo: “Sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos” (Sant. 1:22).
Si tenemos muchos estudios bíblicos en la iglesia, pero si la iglesia como tal no está implementando lo que enseña, en vano aprendemos tantas cosas. Si leemos la Biblia y no la aplicamos, o si un pastor enseña la Biblia, pero no la aplica a la vida práctica de los hermanos, ha caído en el engaño de dar conocimientos que envanecen, y peor aún, “El que sabe hacer lo bueno y no lo hace, le es pecado” (Sant. 4:17). Por lo tanto, cuando escuchamos un mensaje en la iglesia, o cuando hacemos el devocional en casa, hemos de preguntarnos, ¿qué quiere el Señor que haga? ¿Qué cambios tengo que hacer en mi forma de pensar, o en mi trato con la gente, o en mi actitud hacia Dios como consecuencia de lo que he leído? ¿Qué hago que debo dejar de hacer? ¿Hay un bien que debo estar haciendo? ¿De qué tengo que arrepentirme?
Nuestra espiritualidad no se mide por cuánto sabemos, sino por lo que hago en obediencia al Señor y por amor a Él. Se mide por el amor que tengo hacia la gente (2 Pedro 1:7). El amor es más importante que la doctrina. La enseñanza sin aplicación personal envanece. En cambio, la aplicación de lo que aprendo aporta humildad, porque me doy cuenta de cuánta me falta aún. El conocimiento envanece; el amor edifica. La enseñanza acerca de cómo manifestar el amor de maneras prácticas edifica mucho. “Bienaventurados los perfectos de camino, los que andan en la ley de Jehová” (Salmo 1119:1), ¡no los que se sientan en el camino para escuchar la Palabra!
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