“Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo” (Santiago 3:2).
Lectura: Santiago 3:8-10.
Antes de conocer al Señor estábamos controlados por nuestros hábitos. Estos gobernaban nuestra manera de hablar y nuestra manera de pensar. La transición a la nueva manera de hablar y pensar requiere mucho esfuerzo de nuestra parte. Al ir practicando lo que leemos en la Biblia, vamos creando nuevos hábitos, es decir, creamos nuevas vías neuronales. Tardan tiempo en formarse. Hay que repetir una acción muchas veces para establecer una vía alternativa a la de siempre. Así que, ¡ánimo con la tarea! Cuanto más se practica una nueva forma de comportarse, más se afirma la nueva vía neuronal.
Según Santiago, lo más difícil de conseguir es una nueva manera de hablar. Esto significa nuevas respuestas, y nuevas maneras de reaccionar. Mucho de lo que decimos, lo decimos sin pensar. Tenemos respuestas automáticas. ¡Y exclamaciones automáticas! Pues hay que reemplazar una manera de hablar por otra, porque la vieja ofende. Puede ofender a Dios, o a otros, o a ambos. Ofender indica que no hemos ganado mucho terreno espiritual todavía, porque la espiritualidad se mide por la lengua. Todos estamos en lo mismo, porque Santiago dice: “Todos ofendemos muchas veces”. Reconocerlo nos hace más humildes.
El segundo tema que el apóstol menciona en este capítulo es la sabiduría. Hay dos clases, la que viene de arriba, y la terrenal, que también se llama “animal o diabólica” (3:15). “Donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa”. La clase de sabiduría que tenemos condiciona nuestro comportamiento: “Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía” (3:17).
Tal vez si empezásemos con la sabiduría que viene de Dios tendríamos la mitad de la batalla ganada con la lengua. Así que, nuestra esperanza está en la promesa: “Si alguno tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada” (1:5). Si tenemos la sabiduría que viene de Dios, esta informa a nuestra mente y la mente controla la lengua y adelantamos mucho. Así que nuestra oración es: “Padre, yo te pido que me des esta sabiduría que viene de lo alto. La necesito mucho, para que opere en mi manera de hablar y pensar. Gracias por tu oferta. Reconociendo mi gran necesidad, la acepto y te pido toda la sabiduría que necesito, dándote las gracias. Amén”.
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