“Hasta esta hora padecemos hambre, tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados, y no tenemos morada fija” (1 Corintios 4:11).
Lectura: 1 Corintios 4:6.
La salvación es por gracia, por medio de la fe, pero nuestro compromiso con Cristo es costoso. En estos versículos, Pablo habla de lo que él estaba sufriendo en aquellos momentos para llevar el Evangelio a los gentiles: “Dios nos ha exhibido a nosotros los apóstoles como postreros, como a sentenciados a muerte; pues hemos llegado a ser espectáculos al mundo, a los ángeles y a los hombres. Nosotros somos insensatos por amor de Cristo, mas vosotros prudentes en Cristo; nosotros débiles, mas vosotros fuertes; vosotros honorables, mas nosotros despreciados. Hasta esta hora padecemos hambre, tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados, y no tenemos morada fija. Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos; nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución, y la soportamos. Nos difaman, y rogamos; hemos venido a ser hasta ahora como la escoria del mundo, el desecho de todos” (1 Cor. 4:9-13). Esto es lo que Pablo estaba sufriendo al tomar su cruz e ir en pos de Cristo y les dice a los creyentes de Corintios: “Por tanto, os ruego que me imitéis” (4:16). Esto va a por nosotros también, porque a nosotros también nos toca cumplir lo que dijo Jesús: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Lucas 9:23).
El sufrimiento por causa de Cristo fue una constante en la vida de Pablo, esta vida que nos dice que tenemos que imitar: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Cor. 11:1). Y: “Hermanos, sed imitadores de mí, y mirad a los que así se conducen según el ejemplo que tenéis en nosotros” (Fil. 3:17). En su segunda carta a los corintios Pablo enumera sus padecimientos por amor a Cristo en cumplimiento a su llamado: “¿Son ministros de Cristo (los que se glorían según la carne)? Yo más; en trabajos más abundante; en azotes sin número; en cárceles más; en peligros de muerte muchas veces. De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación; peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez…” (2 Cor. 11:23-27). Si seguir a Cristo no nos ha costado mucho sufrimiento hasta ahora, espera, el sufrimiento vendrá, porque: “todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Tim. 3:12). ¿Y cómo lo llevaban los demás apóstoles? De Pedro y Juan leemos: “Y ellos salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre” (Hechos 5:41).
La vida cristiana es gloriosamente difícil y llena de gozo al seguir en los pasos del Maestro.
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