¿SOY YO, SEÑOR?

 

“Cuando llegó la noche, se sentó a la mesa con los doce. Y mientras comían, dijo: De cierto os digo, que uno de vosotros me va a entregar. Y entristecidos en gran manera, comenzó cada uno de ellos a decirle; ¿Soy yo, Señor?” (Mateo 26:20-22).
 
Lectura: Mateo 26:17-20.
 
            En esto pasaje tenemos la institución de la mesa del Señor. En nuestras iglesias prestamos mucha atención a los detalles en cuanto a cómo celebraron los discípulos la primera cena del Señor para imitarlos en cuanto podamos, pero la espiritualidad no consiste en esto, sino en cosas más profundas. En este momento lo que nos llama la atención no son los detalles de aquella cena, sino la pregunta que hicieron. Cado uno de ellos preguntó al Señor si era él el que le iba a entregar. Dudaban de su propia integridad. No estaban tan orgullosos que decían que nunca harían tal cosa, menos uno, pero tampoco vamos a hablar de él. Vamos a pensar en nosotros mismos y la pregunta que deberíamos hacer al Señor cuando estamos sentados a su mesa.
 
            Es el momento de preguntarle: “¿Soy yo, Señor, la persona que está a punto de hacerte daño? ¿Te voy a traicionar de alguna manera en lo que diré o haré? ¿Te estoy siendo leal en mi manera de vivir? ¿Estoy haciendo daño al cuerpo de Cristo, que es la iglesia? ¿He ofendido a alguien sin restaurar la relación? ¿Ves algo en mí digno de censura?” En la quietud del momento prestemos atención a lo que el Señor quiere decirnos. 
 
            La Mesa del Señor es un tiempo de autoexamen y, más que esto, un tiempo en que nos abrimos al examen del Señor: “De manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa indignamente, será culpable del cuerpo y de la sangre del Señor. Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa. Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio como y bebe para sí. Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen” (1 Cor. 11:27-30). Las consecuencias de participar de la mesa del Señor hipócritamente son serias. Si estamos viviendo lejos de Dios y participamos de la mesa de Señor, si no amamos a los hermanos, si hacemos daño al cuerpo de Cristo, podemos esperar una disciplina de su parte para ayudarnos a rectificar.
 
            En la primera mesa del Señor, el Señor Jesús estaba triste por la traición de uno, por el otro que lo iba a negar, y por los que iban a huir y dejarlo solo. Él ya los había advertido, pero en este momento de intimidad y recogimiento, quería que recordasen lo que les había dicho. Y es un buen momento para que nosotros hagamos lo mismo. Al participar del pan y del vino, prestemos atención a lo que el Señor nos ha dicho, a las advertencias que nos ha dado, y a la voz de su Espíritu examinando nuestros corazones. Que confesemos lo que necesitamos confesar, que recibamos su perdón, y de esta manera salgamos limpiados de su mesa, en comunión con el Señor y con los hermanos.   


 
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