LAS SANIDADES DE JESÚS

  “El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel” (Isaías 61:1).
 
Lectura: Isaías 61:2, 3.
 
Jesús sanó a ciegos, sordos, cojos, leprosos, paralíticos, sacó fuera demonios y reveló la verdad, pero nunca sanó desórdenes de personalidad, problemas emocionales, celos, egoísmo, perversidad, desórdenes mentales o depresiones, porque no son enfermedades. Son el resultado del pecado en el pasado, muchas veces cometido por el engaño del enemigo, como en el caso de Eva. Jesús llega a la raíz de aquello que abrió la puerta para creer las mentiras del diablo que están detrás del pecado que esclaviza a la persona. Nuestra oración es: “Señor, envía tu verdad a estas personas que están cautivas de estas mentiras” (Salmo 43:3).
 
            Ninguna de estas personas del segundo grupo, las de problemas no físicos, nace con esta condición. La adquiere como resultado del pecado, del pecado de la pereza, el egoísmo, la lujuria, la avaricia, el orgullo, el desprecio hacia otros, el deseo de figurar, o de aislarse de todos, de ser admirado, ser su propio dios, la autocomplacencia, la búsqueda de amor y entidad, o el querer estar completo fuera de Dios. Dios nunca haría que una persona naciese con una condición que la condenara.  
 
            Algunas esclavitudes requieren un milagro de Dios, las físicas; pero las otras, las del carácter, requieren que la persona participe en su propia liberación. Jesús sanaba la ceguera, pero no el egoísmo. Esta segunda clase de esclavitud requiere la confesión del pecado que el Espíritu Santo revela como la raíz del problema. La pregunta que Jesús hacía a menudo fue: “¿Qué quieres que te haga?” (Marcos 10:51). Si la persona quiere continuar en su pecado, no hay salvación posible. Pero si quiere ser liberada, la ruta es la siguiente: (a) Pedir libertad. Desear cambiar. (b) El Espíritu Santo revela la raíz del pecado; te revela la verdad. (c) Hay que confesar el pecado y clavarlo a la cruz. Hay que morir a él. Hay que renunciarlo como malo y dejarlo clavado hasta que se muera. (d) Luego la persona resucita a una nueva vida en el Espíritu. (e) Cuando el pecado baja de la cruz donde está clavado, se vuelve a clavar allí hasta que por fin muere. (f) Después hay que seguir siendo llenado por el Espíritu Santo, continuamente. (g) Y finalmente, hay que vivir en obediencia a la Palabra, la perfecta ley de la libertad.  
 
            Jesús vino para salvarnos, pero no nos salva anulándonos, ni implantando un nuevo carácter en nosotros, ni pasando por encima de nuestra voluntad. No nos salva destruyéndonos y reemplazándonos por otra persona por dentro, sino que salva la persona que somos, restaurándonos. Por eso es necesario que nosotros hagamos la parte que nos corresponde. La persona que sale de la cárcel tiene que rehabilitarse y esto requiere trabajo, pero Dios está con nosotros para hacer lo que nosotros no podemos hacer. El resultado soy yo, pareciéndome a Cristo.    

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