“Él les dijo: Venid vosotros aparte a un lugar desierto, y descansad un poco, porque eran muchos los que iban y venían, de manera que ni aun tenían tiempo para comer” (Marcos 6:31).
Lectura: Marcos 6:32-37.
Los discípulos acaban de venir de los pueblos donde el Señor Jesús les había mandado a predicar y sanar: “Entonces los apóstoles se juntaron con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho, y lo que habían enseñado” (6:30). Ahora tocaba un tiempo de descanso. Habían dado mucho y necesitaban reponerse. Además, tenían hambre, porque estaban tan ocupados atendiendo a las necesidades de los demás que no tenían tiempo para comer. En estas condiciones estaban esperando un tiempo de refrigerio a solas con Jesús, ¡cuando llegó la multitud! Y Jesús, olvidando sus propias necesidades, “tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas que no tenían pastor” (6:34). Los enseñó, sanó a sus enfermos, y les dio de comer.
Esto es Jesús, pero los discípulos, ¿qué? Es normal, pensamos, que Jesús se sacrifique por los demás, pero ¿qué espera de nosotros? Al final de un día lleno de actividad, los discípulos dicen a Jesús: “El lugar es desierto, y la hora ya muy avanzada. Despídelos para que vayan a los campos y aldeas de alrededor, y compren pan, pues no tienen qué comer” (6:35, 36). Entonces, a los discípulos cansados y hambrientos Jesús les dice: “Dadles vosotros de comer” (6:37). Ellos no habían comido y tenían que dar de comer a otros. No habían descansado y tenían que atender a los demás. Tenían que organizar la multitud y hacerlos sentarse en grupos de 50 o 100. No habían comido ellos mismos, y tenían que dar de comer a 5.000 personas. Tenían que ir de grupo en grupo repartiendo la comida. A cada discípulo le habría tocado atender a muchos grupos de gente impaciente por recibir su porción. ¿Habrían colaborado todos con ellos? ¿Todos mostraron gratitud? Es cansino atender a gente irritada que dice: “Y a mí, ¿qué? A mí primero. A él le tocó un pan más grande que el mío. No me gusta el pescado; ¿no hay jamón? ¿Tienes pan integral?”.
Los discípulos están aprendiendo de Jesús. Él también tenía hambre y estaba cansado. Pues, los hambrientos dieron de comer a la multitud y los cansados atendieron a toda esta gente. Aprendieron que, cuando alguien da, de hecho, recibe. “Más bienaventurado es dar que recibir” (Hechos 20:35). Y que: “Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas” (Is. 40:29). Esto se aprende cuando la necesidad surge. En este ejercicio los discípulos tuvieron sus fuerzas renovadas y también comieron, y fueron saciados juntamente con la multitud, pero ellos más, porque habían palpado lo milagroso y participado en lo divino. Es vigorizante trabajar con Jesús. Y esto es lo que nosotros descubrimos cuando Dios nos llena para que podamos dar lo que no tenemos.
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