DOS MENSAJES DIFERENTES (1)

 

“Aconteció que mientras Jesús oraba aparte, estaban con él los discípulos; y les preguntó, diciendo: ¿Quién dice la gente que soy yo?” (Lucas 9:18).
 
Lectura: Lucas 9:18-23.
 
            Es muy interesante el contraste entre el mensaje que Jesús quería comunicar a los discípulos y el mensaje que tenía para la multitud. Los discípulos ya estaban comprometidos con Jesús. La multitud como tal estaba compuesta por gente muy diversa. Algunos creían en Jesús y habían aceptado su enseñanza, otros todavía estaban indecisos, y otros estaban allí para ver milagros, o, en el peor de los casos, para discutir con Él o buscar una ocasión para denunciarlo públicamente como un falso profeta. Vamos a contrastar su mensaje a los dos grupos.  
 
El mensaje para los discípulos:
            Cuando Jesús se encontraba a solas con los discípulos, quería revelarles su identidad real y su agenda. Ya sabían que era más que un mero hombre, pero ¿hasta qué punto habían comprendido su origen divino? Así que les preguntó. Pedro contestó por todos diciendo que Jesús era “el Cristo de Dios”. Una vez que lo tenían claro les mandó que no lo dijesen a nadie, y les hizo saber: “Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas, y sea desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes, y los escribas, y que sea muerto, y resucite al tercer día” (9:22). Esta información les cayó como una bomba.
 
El mensaje para la multitud:
            A la multitud no les dijo que iba a ser crucificado y resucitar, sino que: “decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (9:23). ¿Por qué no reveló su identidad a la multitud? Y, ¿por qué no dijo que iba a morir por sus pecados y resucitar el tercer día? Este es el mensaje que nosotros predicamos a la gente, que tienen que creer que Cristo murió por sus pecados y aceptarlo como su Salvador. En lugar de esto, el Señor les dijo que si querían seguirlo tenían que “negarse a sí mismos, tomar su cruz cada día y seguirle”. ¿Por qué lo hacía tan difícil para ellos? ¿Por qué no podían creer simplemente y ser salvos?
 
            Esta pregunta es crucial. Si uno cree, pero no está dispuesto a ser consecuente y asumir el coste del sufrimiento que tendrá que pagar para ser su discípulo, no puede ser salvo. Jesús explica: “Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará” (9:24). No hay salvación sin entrega hasta la muerte. Pero vale la pena, como Jesús dice a continuación: “¿Qué aprovecha al hombre, si gana todo el mundo, y se destruye o se pierde a sí mismo?”. Esta es la consecuencia de no seguirlo. La salvación no es cuestión de creer quién es Jesús y qué hizo y por qué, sino creerlo hasta el punto de estar dispuesto a vivir de acuerdo con esta convicción y morir por ella, si es necesario. “Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras, de éste se avergonzará el Hijo del Hombre cuando venga en su gloria, y en la del Padre, y de los santos ángeles”, pero el que está orgulloso de ser de Cristo y lo ama y lo sigue, éste participará en el reino de Dios (9:27). Este es el evangelio que predicó Cristo.          
 
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