“Y uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros. Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo. Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:39-42).
Lectura: Lucas 23:32, 33.
“El ladrón bueno” es una parábola viviente. Él fue “crucificado con Cristo”, como decía Pablo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado” (Gal. 2:20). En su caso lo fue literalmente, y también espiritualmente, en el sentido de Pablo. Él murió a su proyecto de vida y asumió el proyecto de Cristo. Ser crucificado con Cristo es morir a nuestros planes para nuestra vida y aceptar los de Jesús. Este ladrón, y el compañero suyo, el otro hombre crucificado, formaban parte de la banda de Barrabás. Eran terroristas. Su plan era derribar a los romanos e instalar un gobierno judío en Israel. Eran independentistas. La cruz central había sido planeada para Barrabás, pero, como la gente lo había elegido a él en lugar de Jesús para recibir la amnistía ofrecida por Pilato, Barrabás fue puesto en libertad y Jesús murió en su lugar (otra parábola viviente). En su lucha por la independencia estos hombres habían robado y asesinado, y fueron capturados y sentenciados a muerte por crucifixión, una muerte reservada para los peores criminales.
“El ladrón bueno” empezó su ejecución burlándose de Jesús, igual que el otro, pero al observar a Jesús, llegó a la convicción de que realmente era el Mesías, el Rey prometido de Israel. Pasó de ser de la banda de Barrabás a ser de la banda de Jesús. Por ello, habría recibido el menosprecio de su compañero, el otro crucificado. Este es el significado de ser crucificado con Jesús. Sufrir por Él y morir a nuestros planes y proyectos y adoptar los suyos. Es ir en pos de Jesús, tomar la cruz y morir por su causa. Este hombre cambió de creencias. Ya no creía que el terrorismo iba a introducir el nuevo orden, sino que éste vendría por el método de Jesús. Su fe era completa: creía que Jesús iba a morir y resucitar y venir otra vez para establecer su reino en la tierra. Dijo: “Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino”. Y él quería participar en el reino de Jesús. Se sometió a Él como su Rey. Reconoció su propio pecado y la justicia de Jesús: “Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo”. Él cumplió todos los requisitos de ser seguidor de Jesús, menos el bautismo. El suyo fue un bautismo de sangre. Dio un poderoso testimonio de fe en Cristo que ha resonado a través del mundo entero durante 2.000 años.
Algunos piensan que él se salvó sin hacer nada para servir a Jesús, y que ellos podrían salvarse igualmente, pero esto no es meditar suficiente en el testimonio tan completo que dio en tan poco tiempo y en el alcance de su “ministerio”. ¡Impresionante!
Copyright © 2023 Devocionales Margarita Burt, All rights reserved.