“Os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera” (1 Tesalonicenses 1:9, 10).
Lectura: 1 Tes. 1:5-7.
El apóstol Pablo solo estuvo en Tesalónica dos o tres semanas, ¡y fundó una iglesia! Esto fue en su segundo viaje misionero. Tuvo que abandonar la cuidad precipitadamente debido a la persecución que surgió de parte de los judíos, pero dejó a Timoteo allí para seguir trabajando con los nuevos convertidos. Ellos habían recibido la Palabra “en medio de gran tribulación, con gozo del Espíritu Santo” y llegaron a ser ejemplo a todos los de Macedonia y de Acaya que habían creído, ejemplo de lo que es una verdadera conversión y cómo esta cambia la vida del nuevo creyente. La conversión tiene tres partes:
- “Os convertisteis de los ídolos a Dios”. Toda conversión es de los ídolos a Dios. El ídolo puede ser una imagen, o puede ser uno mismo, su trabajo, su dinero, su reputación, su éxito, su familia, su cuerpo, la diversión, o puede ser su religión, la que sea. Su nueva postura no es creer en Dios además de practicar su idolatría, sino dejar al ídolo y creer exclusivamente en Dios. Deja un ídolo muerto para servir al Dios vivo; deja al ídolo falso para servir al Dios verdadero. Antes estaba engañado creyendo una mentira, pero ahora ha recibido la verdad y sirve al Dios verdadero.
- “Para servir al Dios vivo y verdadero”. El nuevo convertido deja el ídolo para servir a Dios, no solo para creer en Él, sino para servirlo. Lo sirve en la iglesia según los dones que Dios le ha dado, lo sirve en su trabajo, lo sirve en su familia, y en todo lo que hace. Lo sirve amándolo y buscando la comunión con Él. Es un creyente comprometido en todas las esferas de la vida.
- “Y esperar de los cielos a su Hijo”. Ha creído en Cristo y está esperando que vuelva, pero no lo espera con los brazos cruzados, sino ocupado en su servicio. Ama al Señor. Anhela verlo. Ha creído en Él sin haberlo visto nunca, pero el Espíritu Santo ha puesto un amor muy grande en su corazón por Él y está entregado a Él con gran devoción. Está dispuesto a poner su vida para el Señor según el ejemplo que ha visto en el apóstol Pablo.
Así es el verdadero creyente. Ha dejado atrás su vieja vida, está viviendo para el Señor, y está esperando su venida. Aunque esté viviendo en medio de gran tribulación, tiene el gozo del Espíritu Santo, amor por el Señor Jesús, y una fuerte fe en Dios. “Nos acordamos sin cesar delante del Dios y Padre nuestro de la obra de vuestra fe, del trabajo de vuestro amor y de vuestra constancia en la esperanza en nuestro Señor Jesucristo” (1: 3). Pablo está dando gracias a Dios por la obra de fe, el trabajo de su amor, y por su constancia en la esperanza en el Señor Jesucristo: fe, esperanza y amor caracterizan su vida. La fe produce obras, el amor trabaja, y la fe persevera. Es un hermoso resumen de lo que es un creyente de verdad.
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