“Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:16, 17).
Lectura: Gen. 3:1-7.
Dios creó al hombre y lo puso en un precioso huerto para cuidarlo. Tuvo todo lo que necesitaba y mucho más. Estaba felizmente ocupado atendiendo el huerto, sin ninguna preocupación en el mundo, cuando se le presentó el tentador y le habló de lo prohibido. ¿Por qué tenía que haber un árbol prohibido en medio de toda esta perfección? La respuesta que damos es que Dios hizo al hombre libre y quería que él lo amase por libre elección, no porque no hubiese otra opción. Todos queremos ser amados libremente, no por obligación o coacción. Adán tuvo la opción de amar a Dios y obedecerlo o de no amarlo y no obedecerlo, porque la obediencia es producto del amor. Adán optó por lo segundo y trajo la tragedia al nuevo mundo. Dios hizo la prohibición para proveer una oportunidad para la obediencia.
El árbol se llamaba el árbol de la ciencia del bien y del mal, no el fruto. No sabemos cómo se llamaba el fruto. Comer del fruto evidentemente no daba el conocimiento del bien y del mal, porque el hombre todavía no es capaz de distinguir entre el bien y el mal. Lo entiende al revés. Llama al mal, bien y al bien, mal.
Lo que da el conocimiento del bien y del mal es obedecer el mandato de Dios. El árbol es bien llamado, porque sirve para dar el conocimiento del bien y del mal. Este venía cuando uno obedecía el mandamiento de Dios respecto a él. Sí hubiese obedecido a Dios libremente, de elección propia, Adán habría ganado sabiduría. Cuanto más obedece uno a Dios, más sabio es. La sabiduría no viene por la vía fácil de comer una pieza de fruta, sino por la vía difícil de obedecer a Dios aun cuando cuesta. Por esto Jesús fue el hombre más sabio de la tierra porque su obediencia le costó más que la de nadie, teniendo en cuenta el contexto mayor, de Quién era Él cuando asumió forma de hombre. Lo que le daba sabiduría y el conocimiento del bien y del mal era el no comer del árbol.
Dios hizo el árbol para proveer la posibilidad al hombre de elegir entre el bien y el mal. ¡Uno no va a elegir o rechazar un árbol!, sino el fruto del árbol. Eva eligió comer el fruto porque le apetecía, apeló a sus deseos carnales, gratificó su orgullo de ser como Dios, creía que Dios le estaba negando algo que sería para su ventaja. Dudó de las buenas intenciones de Dios en cuanto a ella y su marido. Esto era la prueba. Lo sensato es confiar en Dios; es pensar que lo que prohíbe no me conviene. Ella pensó mal de Dios y esto es lo que la serpiente pretendía. El árbol sirvió a su propósito: reveló el mal del corazón del hombre. El conocimiento del bien y del mal viene por la Ley de Dios, por obedecerla. En esto está la sabiduría.
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