“En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo; Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria” (Isaías 6:1-3).
Lectura: Is. 6:4-10 y Juan 12:40, 41.
Con todo respeto queremos presentar unos versículos a los Testigos de Jehová para su consideración. El versículo que encabeza nuestra presentación es el testimonio del profeta Isaías en el cual nos explica la visión que tuvo de la gloria de Jehová en el día cuando Dios lo llamó a ser su profeta. Dios le dijo que el pueblo no respondería a su mensaje. El apóstol Juan en su evangelio hace referencia a la ocasión diciendo que Jehová le advirtió a Isaías que el pueblo no respondería a Jesús en la ocasión cuando Isaías vio su gloria, la gloria de Jesús. Sí, ¡vio la gloria de Jesús! Citamos a Juan: “Isaías dijo esto cuando vio su gloria, y habló acerca de él” (Juan 12:41). Leyendo todo el contexto queda evidente que la gloria de Jehová es la gloria de Jesús, pues, el rechazo de estos judíos fue al glorioso Jesús: “Estas cosas habló Jesús… pero a pesar de que había hecho tantas señales delante de ellos, no creían en él; para que se cumpliese la palabra del profeta Isaías, que dijo: Señor; ¿quién ha creído a nuestro anuncio?… Por esto no podían creer, porque también dijo Isaías; Cegó los ojos de ellos. Esto dijo cuando vio su gloria (la de Jesús), y habló acerca de él” (Juan 12:36-41).
El mismo profeta hizo otra mención de la gloria de Jehová: “Yo Jehová; este es mi nombre; y a otro no daré mi gloria”, (Isaías 42:8). Dios no da su gloria a nadie, sin embargo, la da a Jesús: “Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras. De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo viniendo en su reino” (Mateo 16:27, 28). También notamos que el Reino de Dios es lo mismo que el Reino de Jesús.
La Gloria que cegó al apóstol Pablo en el camino de Damasco fue la gloria shekiná de Dios. Cuando Pablo preguntó: “¿Quién eres, Señor?”, la Gloria se identificó diciendo: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues” (Hechos 9:5). En un segundo Pablo se dio cuenta de que la gloria de Jehová es la gloria de Jesús, y que la voz de Dios es la voz de Jesús. Al darse cuenta de esta realidad comprendió que Jesús es el Mesías y que el Mesías es Jehová hecho hombre.
Vemos “la gloria de Dios en la faz de Jesucristo”: “Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Cor. 4:6). La Gloria de Dios es la Gloria de Jesús. “Dios …nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria…” (Heb. 1:1-3). Verás que estos textos han sido alterados en la traducción del Nuevo Mundo. ¿Por qué será?
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