“¿Por qué tendría que temer cuando vienen dificultades, cuando los enemigos me rodean? Ellos se fían de sus posesiones y se jactan de sus grandes riquezas. Sin embargo, no pueden redimirse de la muerte pagando un rescate a Dios. La redención no se consigue tan fácilmente, pues nadie podrá jamás pagar lo suficiente como para vivir para siempre y nunca ver la tumba” (Salmo 49:5-9, NTV).
Lectura: Salmo 49:10-15, NTV.
Este salmo empieza con una invitación a escuchar los consejos de la misma Sabiduría. Viene con urgencia e insistencia: “¡Escuchen esto todos los pueblos!”. Esta sabiduría es asequible a la gente de todos los países y de todas las esferas sociales, ricos y pobres. Es una palabra inspirada, un enigma resuelto. La Sabiduría dice que la muerte llega a todos, ricos y pobres, a los de las altas esferas y a la gente común. Hoy día hay muy pocos que se paran a reflexionar sobre este hecho tan evidente. Los ricos se fían de sus posesiones, pero carecen del dinero necesario para redimir su alma de la muerte. No tienen con qué pagar un rescate a Dios para poder “vivir para siempre y nunca ver la tumba”. Todos mueren, ricos y pobres, inteligentes y necios: “La tumba es su lugar eterno, donde permanecerán para siempre y sus cuerpos se pudrirán en la tumba, lejos de sus grandiosas propiedades”. Pero luego el salmista dice algo sorprendente: “Pero en mi caso, Dios redimirá mi vida, me arrebatará del poder de la tumba” (49:15).
¿Cómo puede afirmar una cosa tan espectacular? ¿Quién es éste que habla? Miramos arriba para ver quién es el autor del salmo y pone: “salmo de los descendientes de Coré”. Esto no nos ayuda. Ellos murieron. Solo hay Uno que fue arrebatado del poder de la tumba, y éste fue el Señor Jesús, y por medio de su resurrección Él tiene poder para resucitar a los muertos en el día final. Él es el único que pudo pagar el precio del rescate para redimir el alma de la muerte, porque el precio fue muy alto: “La redención no se consigue tan fácilmente, pues nadie podrá jamás pagar lo suficiente como para vivir para siempre y nunca ver la muerte” (49:8). Él vio la muerte y pasó por ella para vencerla y resucitó para salvar a todos los que forman parte de su Cuerpo, es decir, la verdadera Iglesia. Su muerte fue el precio tan alto que consiguió nuestro rescate de la tumba. Todo lo demás perece, los ricos con sus bienes y los famosos con su fama. Solo permanece el que ha puesto su esperanza en la redención que tenemos en Cristo Jesús.
Citamos dos estrofas de un himno del Evangelical Psalter basado en este salmo:
Apaga nuestra confianza vana en posición y riqueza,
Oh Padre, revélanos nuestra impotencia mortal;
Pues, ¿quién puede comprarse un lugar en el Cielo?
¿O pagar el precio del rescate para poder estar allí?
¡Qué costoso es liberar a un alma
Y pagar el rescate eterno de la agonía de la muerte!
Es un precio que nadie puede pagar, excepto Aquel
Que vino y murió para darnos eterna libertad.
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