“Y uno de sus discípulos, al cual Jesús amaba, estaba recostado al lado de Jesús” (Juan 13:23).
Lectura: Juan 13:21-26.
Esta expresión, “el discípulo al cuál Jesús amaba” aparece seis veces en el evangelio de Juan: 13:21-26; 19:26,27; 20:1-10; 21:20,22; 21:23). Sirve para designar al apóstol Juan, el hermano de Jacobo (Hechos 12:2). Es interesante notar que el que emplea esta expresión es Juan mismo. Es como él se veía. Él no está diciendo: “Fijaos en mí, que soy el favorito”, sino todo lo contrario. Es una expresión de asombro, ¡qué maravilla que Jesús me ame a mí! Es una expresión de humildad, de reconocimiento de su indignidad de ser amado por alguien de la magnitud de Jesús. Está diciendo: “¡Me ama hasta a mí!”. No ensalza a la persona amada, sino a Jesús, el que se rebaja para amar a una persona que no lo merece.
Cada uno de nosotros tenemos que llegar a la misma conclusión: “¡Qué maravilla que Jesús me ame a mí!” Es admitir su amor. Es recibirlo. Suena humilde rechazar el amor de Jesús, como algo que no merecemos, cosa que es verdad, pero si el Señor nos quiere amar, ¿quiénes somos nosotros para rehusar ser amados por Él? “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (Juan 15: 13, 14). “Permaneced en mi amor” (Juan 15:9). Este es el secreto de la vida cristiana, el de permanecer en el amor de Jesús, en sentirnos amados por Él, en recibir este amor y gloriarnos en Él.
El amor de Jesús por mí es el centro de mi vida. Mi vida está centrada en mi relación de amor con Cristo, no en el amor que siento por Él, sino en el amor que me tiene a mí, en el cual me muevo. Si trabajamos para conseguir el amor de Dios, vamos mal. Si pensamos: “Si hago un poco más para Dios, voy a conseguir que me ame”, no hemos llegado a ninguna parte en la vida cristiana. Todavía estamos funcionando con el sistema de méritos. Estamos hablando de gracia. ¡Deja que Cristo sea libre para amar a quién quiere amar! Si quiere amar a una persona que no lo merece, como tú, ¡deja que lo haga! ¿Quién eres tú para determinar a quién Jesús pueda amar? Si Jesús tiene el mal gusto de amarme a mí, ¿qué le vamos a hacer? ¡Recíbelo!
Trabajamos desde este centro, del amor de Jesús por nosotros, por ti. Desde este centro recibimos inspiración y fuerzas. Nos motiva a seguir adelante en la vida. Nos consuela y nos anima. Esta es la definición que tenemos de nosotros mismos: “Soy la persona a quien Jesús ama”, ¡como si no hubiese nadie más en el mundo! Esta es nuestra identidad: “Soy amado por Jesús”.
El amor de Jesús por él fue el motor del apóstol Pablo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó, y se entregó a sí mismo por mí” (Gal. 2:20). Pablo se sentía amado por Jesús, amado hasta la muerte. ¿Te sientes amado por Él, hasta este mismo punto? Abre tu corazón y permite que te ame de esta manera y deja que su amor sea tu vida, “para que habite Cristo por la fe en tu corazón, a fin de que, arraigado y cimentado en amor, seas plenamente capaz de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seas lleno de toda la plenitud de Dios” (Efes. 3:17-19).
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