EL PERDÓN DE DIOS

“¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia” (Miqueas 7:18, 19).

Lectura: Miqueas 7:18-20.

El profeta se deleita en el carácter de Dios. Se recrea pensando en su misericordia. Respira hondo y contempla cuánta misericordia hace falta para perdonar la profundidad de nuestro pecado, y esto es lo que Dios ha empleado. Comprende la maldad del corazón humano y esto le ayuda a comprender la magnitud de la gracia de Dios. Cuanto más se comprende la naturaleza del pecado y la santidad de Dios, más se comprende el océano de gracia que hace falta para perdonar al pecador.

  1. Dios olvida el pecado cuando lo perdona. Esto no significa que lo tiene en poco. La ira de Dios quedó patente cuando Dios diezmó la nación con la vara de Babilonia. Nadie como Dios entiende lo horrendo que es el pecado. Pero Él ha decidido perdonar la maldad del pecado del remanente de su pueblo y esto lo complace. 
  1. Sepultará nuestras iniquidades: “El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades” (7:19). Las quita de su vista. Las considera muertas, no existentes, no patentes, inválidas para usar como argumento en contra nuestra.
  1. Echa en lo profundo del mar todos nuestros pecados: “Y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados” (7:19). Los ha quitado de en medio para siempre. No hay manera de recuperarlos. Cuando Dios perdona, erradica. Hay personas que nos echarán en cara cosas de nuestro pasado, pero Dios nunca. Tú lo has confesado, Dios lo ha perdonado, y ha dejado de existir. Es como si nunca hubiese ocurrido.

El enemigo de nuestras almas nos recrimina nuestro pasado, incidentes feos, cosas muy malas que hemos hecho, y nos las recuerda para hacernos sufrir. Esta es una táctica que ha empleado desde tiempos antiguos para descalificarnos, para separarnos de Dios. Para estropear nuestro ministerio, y para debilitarnos espiritualmente. No permitas que te hable del pecado perdonado. Tampoco permitas que otra persona te lo eche en cara, ni el pastor de tu iglesia, ni tu cónyuge, ni tus hijos.

Esta profecía es del Antiguo Testamento. Dios siempre ha sido misericordioso. Ahora en el Nuevo Testamento vemos el precio que Dios pagó para erradicar el pecado y perdonarnos para siempre, la sangre de su Hijo: “Fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa se Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros” (1 Pedro 1:18-20). Si éramos perdonados antes, ¡cuánto más ahora! Si el profeta pudo deleitarse en la misericordia de Dios, cuánto más nosotros que hemos conocido la gracia de Dios en Cristo Jesús.   

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