“Ni plata ni oro ni vestido de nadie he codiciado. Antes vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo, estas manos me han servido” (Hechos 20:33, 34).
Lectura: Hechos 20:35-38.
¡Qué persona más entrañable es Pablo! ¡Qué ejemplo en cuanto a tantas cosas! Una de ellas es el dinero. La espiritualidad, además del conocimiento de las Escrituras, incluye también la oración, nuestro trabajo, la manera en que comemos y el uso que hacemos del dinero. Abarca todo.
Pablo no codiciaba los bienes de nadie. Podría haber ganado mucho dinero siendo un prominente fariseo, maestro de la ley con mucha capacidad académica y dedicación a la religión que profesaba, pero lo dejó todo por Cristo. Se hizo responsable por su propio sostenimiento trabajando con sus manos para cubrir sus necesidades y las necesidades de su equipo. Ellos habían dejado todo para acompañarle, y él era responsable de proveer para ellos. Como Pablo tenía un oficio itinerante que podía servirle dondequiera que se encontraba, fabricando tiendas, le iba muy bien. No vivía del cuento, sino que trabajaba duro y dedicaba su tiempo libre para atender el ministerio. Combinaba bien las dos cosas.
Pablo es brillante, pero, a la vez, humilde. No piensa que trabajar con sus manos está por debajo de su dignidad, sino que asume su trabajo con alegría. Está muy contento de poder proveer para sí mismo y no ser gravoso para la iglesia que sirve. Ni siquiera pide que los hermanos cubran las necesidades de sus colaboradores. Él mismo se encarga de su sostenimiento. Además de esto, da generosamente a los pobres: “En todo os he enseñado que, trabajando así se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Mas bienaventurado es dar que recibir” (20:35). Ahora lo vemos con sus necesidades cubiertas y haciendo todo lo que puede para cubrir las de los pobres.
Tristemente, los hay en la obra del Señor que no siguen su ejemplo. Cobran todo lo que pueden por sus servicios. Algunos piden sueldos elevados, otros cobran por sus mensajes. Esto no nos preocupa, porque ellos darán cuentas al Señor. Lo que nos preocupa es que nosotros mismos hemos de atender bien a todos aquellos de los cuales somos responsables, empezando con nuestra propia familia. Pues la Escritura dice que el que no provee para los suyos ha negado la fe y es peor que un infiel (1 Tim. 5:8). Hay jóvenes que necesitan aprender de Pablo. Teniendo la edad para trabajar, no lo hacen. Dejan que los padres provean para ellos. Ni siquiera buscan trabajo. Dedican su tiempo a la juerga. Los padres cristianos harían bien en tomar en serio que la Escritura dice que “el que no quiera trabajar, tampoco coma” (2 Tes. 3:10). El hijo que no estudia, ni trabaja, ni busca trabajo, no tiene derecho al plato en la mesa. Que los padres pidan sabiduría de Dios y empleen “la misericordia dura” con su hijo. Que cumplan lo que la Escritura dice y no den de comer al que no quiera trabajar, a no ser que esté físicamente impedido. Es el favor más grande que le pueden hacer. Pablo no solo trabajaba, sino que daba generosamente de su propio dinero.
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