“Y ahora, he aquí, yo sé que ninguno de todos vosotros, entre quienes he pasado predicando el reino de Dios, verá más mi rostro. Por tanto, yo os protesto en el día de hoy, que estoy limpio de la sangre de todos; porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios” (Hechos 20:25-27).
Lectura: Hechos 20:18-21.
Continuamos con la despedida de Pablo de los ancianos de Éfeso.
Pablo, al decir a los ancianos que estaba limpio de la sangre de ellos y de la sangre de todos los miembros de la congregación, seguramente estaba pensando en un pasaje del profeta Ezequiel: “Cuando yo dijere al impío: De cierto morirás; y tú no le amonestares, ni le hablares, para que el impío sea apercibido de su mal camino a fin de que viva, el impío morirá por su maldad, pero su sangre demandaré de tu mano” (Ez. 3:18). Pablo tiene la conciencia limpia delante de Dios porque ha enseñado todo lo que concierne al reino de Dios: en qué consiste, cómo uno llega a formar parte de él y cómo se vive una vez que ha sido incorporado en él. Sabe que en el día del Juicio Dios le va a pedir cuentas por cómo ha desempeñado su responsabilidad pastoral en cuanto a todos los miembros de esta iglesia, y está tranquilo, porque sabe que lo ha hecho tal como Dios se lo ha pedido.
El texto de Ezequiel tiene la misma aplicación para nosotros. Dios nos considera responsables por la eterna salvación de los que nos ha dado para atender. Si cumplimos nuestra parte y explicamos el evangelio del reino de Dios y ellos no responden, se pierden, pero nosotros tenemos la aprobación de Dios. Si no predicamos el evangelio y se pierden, Dios nos tendrá por responsables. Es un pensamiento muy solemne. Dios no predica el Evangelio. Esta es nuestra responsabilidad. Él alumbra las mentes de los que lo escuchen para que lo entiendan, trae convicción de pecado para que se arrepientan, abre sus corazones para que estén atentos, cuando creen los hace nacer de nuevo para que entren en el reino y sella su obra con el don del Espíritu Santo, pero si no hacemos nuestra parte al predicar, sufriremos las consecuencias en el Día del Juicio.
No puedo pensar en este versículo sin recordar al hombre que llevó a nuestra familia a Cristo. Dios le habló solemnemente por medio de este versículo haciéndolo consciente de la seriedad de su responsabilidad de predicar el evangelio a toda persona que se le presentaba para que su vida fuera transformada. El impacto de esta realidad lo sacudió hasta la médula. Con cada persona que conocía, desempeñaba esta responsabilidad con solicitud y amor, con temor a Dios, queriendo quedar bien con Dios aún más que con la persona. Me acuerdo de que un día él estaba a solas con mi abuelo inconverso escuchándolo hablar de muchas cosas interesantes. Cuando mi abuelo terminó Arturo dijo: “Ya he estado escuchando todo lo que me querías decir, y ahora pido que escuches lo que yo te quiero decir a ti”, y le habló del Evangelio.
En cuanto a la iglesia de Éfeso, Pablo tiene la consciencia limpia. Les ha explicado todo el consejo de Dios sin omitir nada importante que necesitaran saber para conocer a Dios y para saber cómo vivir la vida cristiana.
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