“Ahora, he aquí, ligado yo en espíritu, voy a Jerusalén, sin saber lo que allá me ha de acontecer; salvo que el Espíritu Santo por todas las ciudades me da testimonio, diciendo que me esperan prisiones y tribulaciones. Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios!” (Hechos 20:22-24).
Lectura: Hechos 20:17-21.
En estos momentos Pablo se encuentra reunido con los ancianos de la iglesia de Éfeso en su final despedida de ellos. Por el amor que le tienen estos hombres han viajado de Éfeso a Mileto donde Pablo se encuentra en su viaje a Jerusalén. Va a ser hecho prisionero del Imperio acusado de causar disturbios en Jerusalén, y tendrá que presentar su defensa ante el emperador. Por supuesto los ancianos están muy preocupados por Pablo. Lo aman entrañablemente. El evangelio les ha llegado por medio de su ministerio y le deben muchísimo.
Pablo sabe que no los verá más: “Y ahora, he aquí yo sé que ninguno de todos vosotros, entre quienes he pasado predicando el reino de Dios, verá más mi rostro” (20:25). Toda la preocupación del apóstol es por la supervivencia de la iglesia; no está preocupado por lo que le pasará a él, sino por cómo prosperará la iglesia. Por eso ha convocado a sus ancianos, para darles sus instrucciones y advertencias finales, para darles ánimo y encomendarlos a la gracia de Dios, para darles un último abrazo y llorar sobre ellos. Satanás ha determinado apagar a la Iglesia de Cristo en sus inicios para que el fuego del evangelio no se extienda por todo el mundo. La persecución es fuerte, y la suerte de Pablo incierta.
Pablo mira las caras preocupadas de estos hermanos y amigos y les dice que sabe que lo que le espera en Roma son prisiones y tribulaciones, ¡pero que no importa! Esta es la actitud de Pablo acerca de su vida. No importa lo que le depare el futuro con tal de que termine el ministerio que el Señor Jesús le ha encomendado. Esto es impresionante. Esto es lo que yo quiero decir de mí misma.
Pensamos: ¿Qué será de mí en el futuro? ¿Tendré suficiente dinero para vivir con mi pensión? ¿Quién me cuidará, si necesito cuidados? ¿Dónde estaré? ¿Qué pasa si…? Y suben muchas incógnitas. Pablo las resuelve todas con dos palabras: “No importa”. No importa lo que me pase a mí con tal de que el evangelio salga adelante y yo termine mi llamamiento aquí en este mundo: “El Espíritu Santo por todas las ciudades me da testimonio, diciendo que me esperan prisiones y tribulaciones, pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús”. ¡Qué actitud para tener frente a la vida! ¡Resuelve todos nuestros problemas de una vez! Mi bienestar no tiene importancia en comparación con el avance del evangelio y del Reino de Dios en el mundo. Yo tengo que terminar la parte que me toca a mí. Esto es lo que me importa. ¡Qué paz me da enfrentar el futuro con esta actitud!
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