JESÚS Y ZAQUEO (3)

 
“Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres” (Lucas 19:8).
 
Lectura: Lucas 19:7-10.
 
Una oración:
 
Padre amado, venimos delante de ti para pedirte perdón por nuestro juicio tan duro de la gente. Pensamos que somos mejores que algunos, y luego, cuando estas personas te encuentran a ti, ¡son mucho mejores que nosotros!
 
            Y también te pedimos perdón por nuestra incredulidad. Pensamos que algunas personas son tan malas que no hay nada que hacer, que no tienen posibilidad de salvación, mientras que, todo el rato, tú estás obrando en ellas para llevarlas a reconocer su pecado, y nosotros no sabíamos nada. Ya teníamos nuestra opinión formada sin contar con la obra invisible de tu Espíritu dentro de ellas.
 
            Te limitamos. Pensamos que hay personas a las que no puedes salvar, porque son tan duras, y resulta que los duros somos nosotros. Somos duros en nuestra crítica y duros en nuestra incredulidad.
 
            Te damos gracias que “el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”. Y gracias que esta búsqueda lleva al hallazgo, porque “el que busca halla”.
 
            Te damos gracias por el Señor Jesús que no da por perdido a nadie antes de la hora. Gracias que Él detecta la más mínima muestra de interés y luego se mueve para llegar a la persona.
 
            Señor, te alabamos por la grandeza de tu misericordia. No lo recriminaste a Zaqueo de nada. No lo reprendiste. Esta obra ya estaba hecha. No terminaste de hundirlo, sino que lo levantaste. Lo llamaste un hijo de Abraham, no un hijo del diablo. Tú veías su arrepentimiento por medio de sus palabras y la intención de su corazón y lo afirmaste en su fe. Le diste la seguridad de su salvación.
 
            Si yo he defraudado a alguien con algo que le corresponde, muéstramelo. No quiero ser peor de lo que era Zaqueo antes.
 
            Yo también quiero verte. ¿Qué humillación mía hace falta para que te vea? ¿Dónde me tengo que colocar para que veas que realmente te necesito? Y tú harás el resto. Tú darás los pasos necesarios para que se produzca un encuentro auténtico y transformador dentro de mí, una persona ya salva, que sigue necesitándote. Sigue salvándome, Señor, de mi propio orgullo, incredulidad y dureza de corazón.
 
En el nombre de Jesús. Amén.        

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