“Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa” (Lucas 19:5).
Lectura: Lucas 19:1-5.
Eres uno más de la gran multitud que seguía a Jesús por las calurosas calles de Jericó. Al ir pasando por la ciudad, miras las palmeras por ambos lados de la calle. Se mueven con el viento. La multitud te molesta, tanto ruido, todos empujando, tratando de acercarse a Jesús. Algunos piden su ayuda. Otros lo miran con escepticismo; los discípulos lo siguen muy de cerca. Tú crees en Él, pero la multitud te estorba. Criticas a unos y a otros en tu mente. Este es muy gordo. El otro se viste mal. La mujer aquella debería peinarse, y aquel niño no está con los padres. ¿Por qué no lo atienden mejor? Te dices a ti misma que debes mejorar tu actitud, menos crítica y más amor por la gente. Ves un sicomoro un poco más adelante y admiras su belleza. Te gustan los árboles. Este es muy verde y frondoso. Está muy bien. Al acercarte a él con la multitud ves dos piernas colgando de una de sus ramas. Llevan sandalias de rico. El vestido que se puede ver desde tu ángulo es lujoso. Al acercarte más, reconoces a su dueño. ¡Anda! ¡Es Zaqueo! Lo reconoces inmediatamente. Este hombre que te cobró una fortuna en impuestos. Te cae fatal. Pero ¿por qué tiene tanto interés en ver a Jesús? Se ha hecho muy vulnerable allí puesto como un pájaro en el árbol.
Jesús se para delante del árbol y mira arriba. Oyes cómo habla al hombre: “Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa”. Te sorprende. El tono de su voz no es de reprimenda, sino de compasión. Parece que lo conoce. Sientes pena por Jesús. Todo el mundo lo está criticando. Están ofendidos con Él. No ha denunciado a Zaqueo como se merece. ¡Parece que lo trata como amigo! Ves cómo Zaqueo baja del árbol y los dos salen andando juntos hacia la casa de Zaqueo. A Zaqueo se le ve muy contento, animado, y a Jesús se le ve absorbido en conversación con él. Ignora la murmuración de la multitud. Toda su atención está puesta en Zaqueo.
Tú te quedas mirando. ¡A haberse visto! ¡Qué par de dos! Reflexionas y piensas: “Creo que Jesús lo va a poner en orden. Parece que hay esperanza para este hombre. Yo creía que no. Lo tenía por irremediablemente perdido, ¡pero Jesús puede cambiarlo! Te aleccionas: “¿Ves? No hay que perder la esperanza con nadie, ni con un hombre como éste. No condenas a nadie de antemano. ¡Nunca sabes lo que Jesús puede hacer cuando va a la casa de una persona! Ten fe, mujer; verás lo que Jesús puede hacer con gente que tú dabas por perdida.”
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