“Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre” (Salmo 23:3).
Lectura: Is. 30:21.
Uno de los pensamientos más dañinos y debilitadores que podemos tener es: “He perdido el camino y no hay manera de recuperarlo”. El diablo planta pensamientos en nuestra cabeza para apartarnos de Dios, y para hacernos sufrir llevándonos a la desesperación. Esto en concreto nos hunde. Te equivocaste en una decisión importante que te ha llevado a un camino sin salida y no puedes dar marcha atrás. También es cierto que el diablo te puede engañar induciéndote a pensar que has cogido un camino equivocado y que las consecuencias no tienen remedio, que no se puede deshacer lo que has hecho, que nunca más puedes estar en el centro de la voluntad de Dios para tu vida. Hay una culpa verdadera y una culpa falsa, y el enemigo puede emplear las dos cosas para convencerte de que lo tuyo no tiene remedio.
Por ejemplo: Te casaste creyendo que este hombre era el que Dios tenía para ti, y ahora piensas que no. O, te casaste con un inconverso. Lo primero es un engaño del enemigo, pero el segundo es un claro acto de desobediencia. Por la vía del verdadero pecado o por la del engaño satánico podemos llegar a la desesperación. Es más fácil salir del pecado que del engaño satánico, porque por mucho que confesemos un pecado que no es real, no tenemos alivio. Cuando vemos nuestro pecado y lo confesamos, aun así, podemos creer que ya hemos perdido la voluntad de Dios para nuestra vida para siempre. Podemos pensar lo mismo cuando no hemos pecado. El enemigo se encarga de convencernos del pecado cuando no lo hay. Y cuando no hay, nuestra mente puede llevarnos a la misma desesperación como si lo hubiese.
No hay necesidad para la desesperación nunca. Nunca debemos pensar que “la hemos pifiado” y que ni Dios puede sacarnos de esta. ¡El pecado no detiene a Dios! La buena nueva del evangelio es que siempre hay esperanza. No hay pecado que no tenga perdón. No hay equivocación que Dios no pueda rectificar. No hay engaño satánico que Dios no pueda desenmascarar. Y no hay plan de Dios que se quede sin realizar.
La vida cristiana es como un viaje que programamos con el GPS. Antes de salir escribimos el destino y la máquina planea la ruta. Si te equivocas, ¿qué pasa? ¿El GPS te dice: “Siento decirte que te has equivocado y ahora no hay ninguna manera de llegar a tu destino? ¿Verdad que no? Te muestra cómo volver al camino. Te marca el camino de vuelta al camino donde debes estar. Dios no lo es menos. Nuestro pecado no frustra su plan para nosotros. Dios no nos dice: “Has cometido un pecado que no tiene remedio y pagarás las consecuencias durante el resto de tu vida. Nunca más puedes hacer mi voluntad. La has perdido para siempre. Ahora tendrás que hacer el Plan B”. ¿A que Dios no es así? Sus planes no se frustran. Nuestro pecado no puede dejar a Dios sin recursos. No hay mal que Él no pueda cambiar para bien. Dios tiene poder sobre el bien y sobre el mal. Él no peca, pero domina el pecado. Cuando nos arrepentimos de nuestro pecado, Él nos reconduce, como lo hace el GPS. ¡Él supera las máquinas de fabricación humana! “Espera Israel en Jehová, porque en Jehová hay misericordia, y abundante redención con él; y él redimirá a Israel de todos sus pecados” (Salmo 130:7, 8).
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