“Cuando se decidió que habíamos de navegar para Italia, entregaron a Pablo y a algunos otros presos a un centurión llamado Julio, de la compañía Augusta. Y embarcándonos en una nave adramitena que iba a tocar los puertos de Asia, zarpamos, estando con nosotros Aristarco, macedonio de Tesalónica” (Hechos 27:1, 2).
Lectura: Hechos 27:5-12.
El centurión llegó a conocer a Pablo en este viaje. Me gustaría pensar que llegó a conocer al Señor también. Ya veremos cuando lleguemos al Cielo. La primera cosa que este hombre notó es que un hombre de macedonia acompañaba al judío Pablo que él tenía en custodia. Esto tenía que haberle extrañado muchísimo, sobre todo cuando vio la gran amistad que los unía, siendo Pablo un judío muy estricto y el otro gentil. ¡El centurión iba a ver muchas más cosas de este hombre Pablo!
“Al otro día llegamos a Sidón; y Julio, tratando humanamente a Pablo, le permitió que fuese a los amigos, para ser atendido por ellos” (27:3). Julio ya está viendo que hay una gran comunidad de amigos esparcidos por el mundo que se cuidan los unos a los otros. Esto tenía que haberle impresionado.
El centurión encontró otro barco para continuar con su viaje, cosa que hicieron con dificultad hasta llegar a un lugar de Chipre llamado Buenos Puertos. Entonces él tuvo que decidir si continuaban navegando o si paraban para invernar allí. Pablo se dirigió a toda la tripulación diciendo: “Varones, veo que la navegación va a ser con perjuicio y mucha pérdida, no sólo del cargamento y de la nave, sino también de nuestras personas, pero el centurión daba más crédito al piloto y al patrón de la nave, que a lo que Pablo decía” (27:10, 11). Fue una gran equivocación de su parte, porque, al poco tiempo de zarpar, se desató una gran tempestad en el mar que duró dos semanas, sin ver sol o estrellas por muchos días. Cuando ya habían perdido la esperanza de salvarse, Pablo se puso en pie en medio de todos y les dijo que tenían que haberle hecho caso, pero que no temiesen “porque esta noche ha estado conmigo el ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo” diciendo que Dios le había concedido la vida de todos los que navegaban con él”. Les dio ánimos diciendo: “Por tanto, oh varones, tened buen ánimo; porque yo confío en Dios que será así como se me ha dicho”. ¡Parece que Pablo es el comandante de este barco! Él está atendiendo y animando a la gente.
Días más tarde, cuando los marineros intentaban escaparse, Pablo se lo dijo al centurión, y esta vez le hizo caso y lo impidió. Pablo después los animó a todos a comer y lo hicieron, y él dio gracias a Dios en medio de todos los casi 300 que viajaban con él. Observando a Pablo, el centurión pudo ver que a él le importaba la gente, su compasión para con todos llamaba la atención. Pudo ver que el criterio de Pablo era acertado, que Pablo era un hábil líder. Dios estaba usando los dones de Pablo para la obra de evangelización ahora en su vida cotidiana como preso de Roma, y seguían dando testimonio de Cristo.
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