UNA ADVERTENCIA PROFÉTICA (4)

“Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismo se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos. Por tanto, velad, acordándoos que, por tres años, de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno” (Hechos 20:29-31).
 
Lectura: Hechos 20:27-28.
 
Continuamos con la despedida de Pablo de los ancianos de Éfeso.
 
            No podemos menos que leer este capítulo y adorar a Dios por su santidad reflejada en este humilde siervo suyo. Nos introduce en la presencia de Dios. Y Pablo nos enseñó a ser imitadores de él como él lo era de Cristo (1 Cor. 11:1).
 
            Al despedirse de los ancianos de Éfeso Pablo no está pensando en lo bien que lo han pasado juntos, ni en recuerdos felices que tenían, sino en el futuro y la supervivencia de esta iglesia. Satanás va como león rugiente buscando a quién devorar (1 Pedro 5:8). La iglesia está en peligro. Lobos rapaces van a por las ovejas del Señor. Los ancianos tienen que protegerlas. Los lobos vendrán de dentro y de fuera. Fuera está el mundo con todas sus atracciones. Los jóvenes irán tras mujeres no creyentes y con amigos inconversos que los arrastren de sus valores. Se levantarán persecuciones para los que permanezcan fieles. Hay que velar por las ovejas. No son muy inteligentes y se enredan en las cosas del mundo. Planean una vida para sí en la que Dios no tiene mucha cabida. Se casan con personas que las van a apartar de Dios. Y los matrimonios se pelean y se deshacen. Los esposos no aceptan los papeles respectivos que Dios les ha designado. Y los mayores se duermen en los laureles. Piensan que están de vacaciones. Los ancianos tienen que estar al tanto, advirtiendo a cada uno.
 
            No es un trabajo muy halagüeño. No hay muchas personas que estén dispuestas a ser corregidas. No le gusta a nadie cuando le dices que no está disciplinando a sus hijos correctamente, que la mujer no muestra el debido respeto a su marido, que la hermana no se viste con modestia, que el joven no hace bien en salir con esta chica, que la persona habla demasiado, que come demasiado, que gasta demasiado, que duerme demasiado. Pero estas son las cosas que nos causan problemas en el futuro, y, si hacemos caso, evitamos mucho sufrimiento.
 
            Esto es lo que Pablo enseñó con su propio ejemplo: “Por tanto, velad, acordándoos que, por tres años, de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno”. ¿Por qué lo hizo? Porque sabía que tendría que rendir cuentas a Dios por cada hermano en la congregación. Los advirtió en conjunto e individualmente, con lágrimas, viendo como necesitaban esta reprensión y sufriendo por ellos. No lo hizo con prepotencia, ni con legalismo, ni con enfado, o mal informado, sino con quebrantamiento y amor.  ¿Alguna vez tu anciano te ha reprendido llorando? ¿Le has hecho caso? ¿Tú adviertes a tus hermanos cuando es inevitable, porque los amas y ves el peligro? ¿Estás dispuesto a sufrir para ayudar a otros? ¿Te importa su alma?

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