“Dijo entonces Tomás, llamado Dídimo, a sus condiscípulos: Vamos también nosotros para que muramos con él” Juan 11í16).
Primera escena: cuando murió Lázaro
¡Este Tomás! Tenemos que amarlo, es tan parecido a lo que somos en la carne: pesimista, sarcástico, escéptico, derrotista, y negativo, a más no poder. Jesús acaba de decir que Lázaro se había muerto, pero que iba allí para que Jesús lo resucitase de entre los muertos. ¿Qué habríamos dicho nosotros? “¡Qué maravilla, vamos a ver un milagro! ¡Que privilegio el nuestro, poder viajar con Jesús y presenciar milagros!” ¿O habríamos sido tan incrédulos como Tomás? “Sí, hombre, vamos allí para que nos maten. Lo que faltaba. Ya querían matar a Jesús por allí. ¡Sólo falta que nos entreguemos en sus manos para facilitarles el trabajo!”. La verdad es que era muy peligroso regresar a Betania, que estaba al lado de Jerusalén, el cuartel general de los enemigos de Jesús. Allí serían presas fáciles, pero Jesús no había dicho que iban allí para morir, sino para resucitar a Lázaro. Tomás debería de haber estado ilusionado, esperando un milagro, pero con todo, aunque no estaba entusiasmado, fue a Betania. ¿Somos mejores? ¿Respondemos con fe y optimismo a las promesas del Señor? ¿Colaboramos, aunque no esperamos resultados?
Segunda escena: cuando murió Jesús
“Pero Tomás uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino (después de la resurrección). Le dijeron, pues, los otros discípulos: Al Señor hemos visto. Él les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré” (Juan 20:24,25). No había creído que Lázaro iba a resucitar, tampoco Jesús. Tomás era incrédulo, pero leal. Estaba allí. A pesar de su negativismo, se reunió con los demás discípulos. La primera vez cuando apareció Jesús, faltó, pero la segunda vez, estaba. Dudaba, pero estaba dispuesto a ser convencido. Vino. Esperó. Se dejaría convencer por la evidencia. Tenía estas cosas a su favor. Puedes ser negativa, como Tomás, y creer lo peor, pero ¿vas, a pesar de todo?
Tercera escena: cuando murió Tomás
¡Qué transformación cuando Tomás recibió el Espíritu Santo! El derrotista se convirtió en valiente. Ya era leal, pero ahora, con el Espíritu Santo, es también positivo, valiente y emprendedor, dispuesto a cualquier sacrificio por amor a su Amigo y Señor. No había nada que no hiciese para Jesús, ni lugar donde no iría por amor a Él. La historia nos dice que Tomás llevó el evangelio a la India donde sufrió el martirio por amor a Jesús. El que antes era incrédulo, se convirtió en un gigante de la fe, un hombre de visión. El que llamábamos ¡“el incrédulo”! fue leal discípulo de Jesucristo hasta la muerte, “a fin de obtener mejor resurrección” y amplia entrada en el reino del Señor Jesucristo, fiel hasta la muerte para recibir la corona de la vida, Tomás, el glorioso vencedor en el poder de Jesús.
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