PERDÓN Y AMOR

“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (I Juan 4:10).

   B Si quieres sentir el amor de Dios, confiesa tus pecados. Deja que el Espíritu Santo escudriñe tu corazón para mostrarte lo que hay en ti ahora, colabora con Él, ten el deseo de estar libre de pecados ocultos que tú no ves, y Él te mostrará un día una cosa, y otro día otra cosa. Puede ser en el roce con los hermanos cómo el Señor te revela cosas. Salen celos, discrepancias, rivalidades, motivaciones indignas, quejas, deseos de protagonismo, orgullo; juzgamos, descalificamos y rechazamos. Cuando lo vemos, ¡qué pequeñas nos sentimos! Creíamos que éramos mucho mejores, y ahora esto. Con vergüenza y contrición acudimos a la Cruz y pedimos otra vez que la sangre de Cristo nos limpie de toda maldad. Y lo que encontramos, allí en el suelo, al pie de la Cruz, no es reprimenda y descalificación de parte de Dios, sino amor. “Como el padre se compadece de sus hijos, se compadece Jehová de los que le temen” (Salmo 103:13). Nos acoge como niñas, sus hijitas. “Porque él conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo” (Salmo 103:14). Y nos recibe, como el padre al hijo pródigo, con un derroche de amor, el puro, tierno amor de Dios, que nos abraza, nos quiere, nos limpia, nos restaura y nos llena. Allí es donde sentimos el amor de Dios: en su perdón.   

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