LA MEDIDA DE NUESTRA ESPIRITUALIDAD

“Si hablo cosas hermosas sin amor, solo hago ruido; si entiendo verdades sublimes de Dios y si tengo una fe enorme que obra milagros, pero si no tengo amor, no soy nada; si doy todo lo que tengo para ayudar a los necesitados y si me quemo sirviendo a otros, pero si no tengo el amor de Cristo, no me sirve para nada” (1 Corintios 13:1-3, traducción libre).

Lectura: 1 Corintios 13:1-3.

     ¡Cómo nos equivocamos cuando pensamos que la espiritualidad consiste en decir cosas bonitas o en conocer mucho de la Biblia o en tener una fe que obra milagros o en gastarnos sirviendo a otros, sin tener en cuenta el factor del amor! Es muy fácil medir lo que hacemos o lo que damos, o mostrar cuánto sabemos, pero no es nada fácil descubrir lo que nos mueve a hacerlo. ¡Cuántas cosas buenas hacemos sin amor! ¡Qué sacrificios estamos dispuestos a realizar! Nos vemos espirituales, inteligentes, generosas y activas en nuestro servicio al Señor hasta que Él nos muestra lo que realmente nos motiva, y cuando lo vemos, sólo podemos llorar en arrepentimiento a sus pies. ¡Cómo nos engaña nuestro corazón! Nos creemos alguien importante, y luego vemos que no somos nadie, y volvemos a la fuente para llenarnos otra vez del amor de Dios, este amor que se demostró en la Cruz del Calvario.

            Si pensamos que este texto se refiere a mi amor, que el amor tiene que partir de mí, que tengo que ser una persona amorosa por naturaleza, no he comprendido nada. No lo somos. No hay amor en el corazón humano. Estamos en bancarrota en cuanto al amor.  No amamos. Somos egoístas hasta la médula. El único amor con el cual podemos hablar cosas hermosas y hacer obras de caridad es el amor con que Dios nos ha amado. Es un amor que nos abruma, nos conmueve y nos llena, allí, al pie de la Cruz, no el día que nos convertimos, sino hoy, cuando hemos llorado por nuestro pecado, porque por un milagro de la gracia de Dios, lo hemos visto, y hemos encontrado misericordia, perdón y amor: océanos de amor, amor rico y abundante, amor que no condena, sino que acepta, recibe, y dignifica, ríos de amor que nos arrastren en su corriente, gozoso, asombroso amor que nos inunde. Nos vemos peores que nadie y más amadas que nadie. Y decimos que ¡este tiene que ser el amor de Jesús! No es como ningún otro amor en este mundo. Es con este amor que estamos llenas de toda la plenitud de Dios.

     Oh Padre amado, haznos “plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seamos llenas de toda la plenitud de Dios” (Efesios 3:18,19), amén y amén.       

            La medida de nuestra espiritualidad radica en cuán llenas estemos del amor de Dios.

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