“Yo salvaré a mis ovejas, y nunca más serán para rapiña; y juzgaré entre oveja y oveja. Y levantaré sobre ellas a un pastor, él las apacentará; a mi siervo David, él las apacentará, y él les será por pastor. Yo Jehová les seré por Dios, y mi siervo David príncipe en medio de ellos. Yo Jehová he hablado” (Ezequiel 34:22-24).
Lectura: Ez. 1:1-6 y 26-28.
El siguiente profeta que vamos a mirar es Ezequiel.
La revelación de Jesús que tenemos en el libro de Ezequiel empieza en el capítulo 1, donde tenemos una visión apocalíptica del trono de Dios envuelto en una gran nube de gloria, rodeado de fuego y acompañado de seres vivientes con cuatro caras y cuatro alas (Ez. 1:1-6 y 26-28 conApoc. 4:2-8). El profeta “veía la figura de un trono que parecía de piedra de zafiro; y sobre la figura del trono había una semejanza que parecía de hombre sentado sobre él. Y vi apariencia como de bronce refulgente, como apariencia de fuego dentro de ella en derredor, desde el aspecto de sus lomos para arriba; y desde sus lomos para abajo, vi que parecía como fuego, y que tenía resplandor alrededor. Como parece el arco iris que está en las nubes el día que llueve, así era el parecer del resplandor alrededor. Esta fue la visión de la semejanza de la gloria de Jehová” (Ez. 1:26-28 con Apoc. 1:13-15). Lo que estamos contemplando por los ojos del profeta es el indescriptible trono de Dios con el glorioso y divino Hijo del Hombre sentado sobre él.
Luego sale la visión del rollo: “Y miré, y he aquí una mano extendida hacia mí, y en ella había un rollo de libro…” (Ez. 2:9-3:3). El rollo corresponde al rollo que tenemos en Apoc. 5:1-5, que nadie podía abrir para leerlo y llevar a término la voluntad de Dios para este mundo escrito en él hasta que apareció “el León de la tribu de Judá, la raíz de David, quien ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos” (Apoc. 5:5). Esta voluntad era la redención del hombre que Jesús llevaría a cabo en la Cruz del Calvario. El profeta se tuvo que comer el libro, pero Jesús tuvo que experimentar su contenido en su carne.
En la profecía de Ezequiel, Jesús es el Hijo del Hombre, pero el Hijo del Hombre resulta ser Divino. Es Dios y hombre. Es la eterna y gloriosa Figura, sentado en el trono de Dios, con semejanza de hombre, el Hijo del Hombre que reina eternamente sobre el trono celestial (Ez. 1 con Apoc. 22:1). Jesús es el que llevaría a cabo la voluntad de Dios escrita desde la eternidad en los rollos sagrados (Ez. 2 y 3 con Apoc. 5), es el único calificado para salvar al hombre que Dios había creado, por ser Dios y hombre. Es el prometido Hijo del Hombre que descendería de David: “Y levantaré sobre ellas a un pastor, él las apacentará; a mi siervo David, él las apacentará, y él les será por pastor. Yo Jehová les seré por Dios, y mi siervo David príncipe en medio de ellos” (Ez. 34:22-24 con Mat. 1:1 y Lucas 1:32). El Mesías profetizado es el eterno Hijo de Dios y el Hijo del Hombre nacido en el tiempo, descendiente de David en la carne, que reinará sobre el trono de David eternamente, el mismo que ha estado sentado sobre el inefable trono de Dios desde la eternidad, el Hijo de Dios e Hijo del Hombre.
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