NOSOTROS Y LOS PROFETAS (12)

  

El patriarca David… siendo profeta, y sabiendo que con juramento Dios le había jurado que, de su descendencia, en cuanto a la carne, levantaría al Cristo para que se sentase en su trono, viéndole antes, habló de la resurrección de Cristo, que su alma no fue dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción. A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos” (Hechos 2:29-32).

Lectura: Hechos 2:33-36.

El siguiente profeta que vamos a mirar es David. Lo que acabamos de leer fue el comentario del apóstol Pedro sobre la profecía de David registrada en el Salmo 16 y cumplida en Jesús. ¡Es fantástico! Vamos a mirar muchas profecías, mayormente dadas por David, que encontramos en el libro de los Salmos: 

·         El más conocido y amado de los Salmos es el 23, un salmo de David que dice que Dios es nuestro Pastor: “Jehová es mi pastor” (Salmo 23:1). Nuestro Pastor es Jesús: “Yo soy el buen pastor” (Juan 10:11). “Y el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno…” (Heb. 13:20). Lo que fue dicho referente a Jehová se cumple en Jesús.

·          Lo que vemos en el libro de los Salmos es que el Mesías sería el Hijo de Dios y Juez de vivos y muertos: “Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; Yo te engendré hoy. Honrad al Hijo; para que no se enoje, y perezcáis en el camino; pues se inflama de pronto su ira” (Salmo 2:7, 12). “He aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mat. 17:5).

·         Vemos que el Mesías es el Creador: “¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra! Has puesto tu gloria sobre los cielos; de la boca de los niños y de los que maman, fundaste la fortaleza, a causa de tus enemigos, para hacer callar al enemigo y al vengativo. Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste…” (Salmo 8:1-3 con Mat. 21:16 y Juan 1:1-3).

·         Vemos que el Mesías sería resucitado: “A Jehová he puesto siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido. Se alegró por tanto mi corazón, y se gozó mi alma; mi carne también reposará confiadamente; porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción. Me mostrarás la senda de la vida” (Salmo 16:8-10 con Hechos 13:30-37).

·         Vemos que el Mesías sería rechazado y crucificado: “Mas yo soy gusano, y no hombre: oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo. Todos los que me ven me escarnecen; estiran la boca, menean la cabeza diciendo: Se encomendó a Jehová: líbrele él; sálvele, puesto que en él se complacía… He sido derramado como aguas, y todos mis huesos se descoyuntaron; mi corazón fue como cera, derritiéndose en medio de mis entrañas. Como un tiesto se secó mi vigor. Me has puesto en el polvo de la muerte… Horadaron mis manos y mis pies. Contar puedo todos mis huesos; entre tanto, ellos me miran y me observan. Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes” (Salmo 22:6-8 y 14-17 con Lucas 23:21-23).

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