“Mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna. La mujer le dijo: Señor, dame esa agua” (Juan 4:15).
Lectura: Juan 4:19-26.
A esta mujer que había pasado la vida buscando a un hombre que pudiese satisfacerla, Jesús le dijo que Él le podía dar el Espíritu Santo quien realmente le podía quitar la sed que tenía. Sería una satisfacción que la llenaría desde dentro, sería como una fuente que daría y daría y daría y nunca dejaría de dar. Y le daría vida eterna. Esto es justamente lo que ella estaba buscando y se lo pidió a Jesús, pero Jesús no se lo podía dar hasta que no se cumpliesen tres condiciones: ella tenía que arrepentirse de su pecado, su inmoralidad; tenía que aceptar que la salvación venía de los judíos, que su religión no era la correcta; y tenía que venir históricamente el día de Pentecostés. Veamos:
Cuando Jesús le dijo que había tenido cinco maridos y que el que tenía ahora no era su marido, ella no lo negó. Al decir ella que Jesús tenía que ser profeta para saberlo, estaba reconociendo la verdad de lo que Él decía. También lo reconoció públicamente a los hombres de su pueblo al decirles: “Venid, ved un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho” (4:29). Ellos sabían a qué se refería.
La segunda condición que tenía que darse es admitir que su religión samaritana no era la verdadera. Ella, al saber que Jesús era un profeta, le hizo una consulta: “Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar” (4:20). Jesús se lo aclaró: “Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos. Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán el Padre en espíritu y en verdad” (4:22, 23). Si el verdadero lugar no es ni Samaría, ni Jerusalén ¿por qué dijo que la salvación es de los judíos? Porque no puedes aceptar a Cristo como tu Salvador sin aceptar la Biblia también y someterte a ella. Las Escrituras judías eran la verdad acerca de Dios. Eran la correcta revelación de Dios, no la tradición que creían los samaritanos. Ella tendría que reconocer que ésta estaba equivocada y que aquélla era la verdad, cosa que hizo.
Es más, ella estaba esperando el Mesías y estaba dispuesta a creer todo lo que Él enseñase sobre el asunto. ¡Jesús no pudo escuchar esta profesión de fe en el Mesías sin decir que Él lo era! “Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas”. Jesús le dijo: “Yo soy, el que habla contigo” (4:25, 26). Ella lo creyó. Pero todavía no podía recibir el Espíritu Santo. Faltaba el día de Pentecostés. “Felipe, descendiendo a la ciudad de Samaria les predicaba a Cristo”. (Hechos 8:5). Hemos pegado un salto en el tiempo. Jesús ha muerto, resucitado, ascendido al cielo, y ha empezado la persecución de la iglesia. Los creyentes fueron esparcidos y Felipe fue a Samaría y predicó todo esto que los samaritanos necesitaban saber para poner su fe en la muerte de Cristo a su favor. “Y la gente, unánime, escuchaba atentamente las cosas que decía Felipe” (Hechos 8:6) y creyeron, pero todavía no recibieron el Espíritu Santo. Ahora veremos el motivo…/…
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