LA PLANIFICACIÓN DE DIOS

“En el año decimoquinto del imperio de Tiberio César, siendo gobernador de Judea Poncio Pilato, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Felipe tetrarca de Iturea y de la provincia de Traconite, y Lisanias tetrarca de Abilinia… vino palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto” (Lucas 3:1, 2).
 
Lectura: Lucas 3: 3-7.
 
            Juan el Bautista tuvo un nacimiento sobrenatural. Un ángel había hablado con Zacarías explicándole en qué iba a consistir su papel en la vida. Su madre había concebido un hijo siendo ya muy mayor. Su padre había profetizado. En los años sucesivos no pasó nada. Los padres habrían estado esperando con ansias para ver qué sería de su vida, y cuándo iba a empezar su ministerio tan importante. Se iban envejeciendo y Dios no volvió a hablarles. Habrían pasado unos treinta años con un silencio de Dios. Ambos padres murieron sin saber nada más.
 
Para Juan también habrían sido largos estos treinta años. Se ve que él se fue a vivir al desierto, tal vez después de la muerte de sus padres, tal vez años antes; no lo sabemos. Puede ser que formase parte del grupo de los esenios, una secta muy disciplinada del judaísmo que vivía en el desierto. Tampoco lo sabemos. Pero sí que sabemos la fecha de la llegada de la Palabra de Dios a Juan. Este día cambió su vida. Después pasó mucho: “Fue por toda la región continua al Jordán, predicando el bautismo del arrepentimiento para perdón de pecados” y venían multitudes para oírlo y ser bautizados. A sus padres les habría gusto estar presentes y ver cómo el Señor lo había llamado y cómo estaba usando a su hijo, pero no fue parte del plan de Dios.
 
El ministerio de Juan no fue muy largo, pero sí muy intenso y crucial. Para ser salvo, uno tiene que creer en Jesús, pero antes de poner su fe en Él como Salvador, hace falta arrepentirse. Juan era el instrumento humano que Dios usó para llevar a la gente al arrepentimiento. Después de un par de años Juan ya había cumplido su ministerio y fue ejecutado; las dos cosas coincidieron.
 
Las circunstancias de la muerte de Juan el Bautista fueron trágicas. ¡Qué bueno que sus padres no estuvieran vivos para verlas! Dios les evitó el dolor de ver la muerte cruel de su amado hijo. Ellos habían pasado muchos años orando, pidiendo a Dios un hijo; después milagros; y después pasaron aún más años esperando el comienzo de su ministerio tan milagrosamente señalado. Fueron muy difíciles los años de espera que pasó esta pareja, tanto antes de su nacimiento, como después, pero todo llegó en el tiempo perfecto de Dios. Ellos murieron con esperanza, sabiendo que el Mesías pronto empezaría su ministerio, y sabiendo que su hijo iba a ser el heraldo de su venida, pero nunca supieron nada más, porque en la misericordia de Dios, Él los llevó a su presencia sin tener que presenciar la muerte de su hijo.  
 
Las esperas de Dios son difíciles, pero tienen su razón de ser. En su calendario, todo ocurre en el momento y la hora perfectos. El amor de Dios planea nuestros días, nuestros trabajos y nuestros años de espera. Lo nuestro es esperar confiados.    

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