LA PEOR SORPRESA

“Y le dijo: Amigo, ¿cómo entraste aquí, sin estar vestido de boda? Mas él enmudeció” (Mateo 22:12).
 
Lectura: Mateo 22:1-11.
 
            Jesús contó la parábola de un rey que hizo fiesta de bodas para su hijo. Ya sabemos quien es el Rey y quien es su Hijo. Salió la invitación para los convidados, pero no quisieron asistir; estaban demasiado ocupados con sus propios asuntos. Estos eran los judíos que no querían que nadie les molestaste con los verdaderos asuntos del reino, y mataban a todos los profetas que intentaron prepararlos para esta gran ocasión. El rey se enfadó y extendió la invitación a todo el mundo. Para disfrutar del banquete solo era necesario acudir vestido de boda.
 
            La sala del banquete se llenó. El rey circulaba entre los invitados hasta ver a un hombre que no estaba vestido de boda y le peguntó cómo había entrado sin vestirse de un modo adecuado. El hombre quedó mudo, sin palabras, estupefacto. No pudo decir nada. Él había contado con ser aceptado como convidado. Le había hecho ilusión ir a la fiesta. Creía que la ropa que llevaba era adecuada y no estaba preocupado por este detalle. Estaba contento, anticipando la comida suntuosa, cuando recibió el chasco de su vida: fue expulsado. Pasó de la felicidad a la desesperación en un abrir y cerrar de ojos.
 
            La ropa adecuada es la vestimenta de la justicia de Jesús. Es la ropa blanca que se adquiere al pie de la cruz. Jesús había llevado una vida de perfecta justicia. Su vestidura era blanca, sin mancha alguna. Cuando Él asumió nuestro pecado, se quitó su ropa blanca que representaba una vida de perfecta justicia, la dejó en el suelo, y vistió nuestros trapos de inmundicia con los cuales subió a la cruz. Nosotros llegamos a la cruz y allí dejamos nuestro pecado, nuestros trapos de inmundicia. Pero no podemos ir a la boda desnudos. Tenemos que agacharnos y recoger la ropa de Jesús que dejó en el suelo cuando asumió nuestro lugar, y ponérnosla. La cruz quita el pecado; nos quedamos sin nuestra ropa sucia. El pecado de toda una vida es perdonado, pero estamos desnudos. Necesitamos revestirnos de la justicia de Jesús, tener su vida perfecta atribuida a nosotros. Pues, con su justicia es como si nunca hubiéramos pecado; somos justos con su justicia. Dejamos el vestido negro y nos ponemos el vestido blanco. Esto es lo que el hombre de la parábola no había hecho.
 
            No es un fallo insignificante. Es un error trágico. Él creía que su justicia bastaba para su salvación. Es como la persona que cree parte del evangelio, lo de la salvación por la fe, pero que nunca se ha arrepentido de su pecado. Nunca ha visto cómo es. No ve la necesidad de recibir la justicia de Jesús para su salvación. Se ve bastante bueno. Piensa que va a ser aceptado por Dios tal como es. Pero no es así: “Entonces el rey dijo a los que servían: Atadle de pies y manos, y echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes” (22:13). Los injustos no pueden entrar en el reino de Dios.

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