LA OVEJA PERDIDA (3)

“¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla? (Lucas 15:4).

Lectura: Lucas 15:3-7.

            Tienes seres queridos que están lejos del Señor. Sufres por ellos. Lloras. A veces te angustias. Estás orando por ellos. ¿Qué puedes hacer para ayudarles a encontrar al Señor? Llegaremos a ello, pero primero tenemos que hablar de ti. Esto es como lo que te dicen en el avión: “En caso de emergencia, primero te tienes que poner tu mascarilla de oxígeno y luego atiendes a la de tu hijo”. En este caso, primero tu sanidad y luego la sanidad de tu hijo. Es lo que dice el Señor: “Saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mat. 7:5). En cuanto a la salvación de un hijo, es importante averiguar si tú has contribuido a su alejamiento de Dios. ¿Hay algo que hiciste mal? ¿Qué parte de la rebeldía de tu hijo es culpa tuya? Para comprenderlo, el Señor te lo tiene que mostrar. Lee y medita en el Salmo 139:23, 24, y luego úsalo como oración: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno”. ¿Qué te muestra el Señor?

  • ¿Tienes un matrimonio feliz?
  • ¿Te casaste con un inconverso?
  • ¿Eres una mujer realizada?
  • ¿Le diste autoestima a tu hijo?
  • ¿Lo preparaste para la vida?
  • ¿Consentiste a tu hijo?
  • ¿Entiendes a tu hijo?
  • ¿Eres una cristiana débil?
  • ¿Eres mundana? ¿Lo llevaste al mundo?
  • ¿Eres legalista? ¿Has sido rígida y exigente con él?
  • ¿Lo criaste bien? ¿Formaste su carácter?
  • ¿Lo enseñaste a ser honesto, a ayudar a otros, a manejar su dinero, a comer sano?
  • ¿Le enseñaste la Palabra? ¿La modelaste en tu propia vida?
  • ¿Eres feliz en el Señor?

“La mujer se salva engendrando hijos” (1 Tim. 2:15). Todo tu sufrimiento por tu hijo te llevará a buscar tu propia santificación para poder ayudarlo a él. Cuando el Espíritu Santo te muestre tus fallos, confiésalos como pecado: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). Habiendo confesado tu pecado, ¡recibe el perdón! Vive como una mujer perdonada. Desecha la losa de la culpa. No vuelvas al pecado perdonado para sentirte culpable. Lo que Dios perdona, lo olvida. Ahora estás en condiciones para colaborar con Dios en la salvación de tu hijo.

 

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