JESÚS Y LOS PROFETAS (3)

“Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos” (1 Pedro 1:10, 11).
 
Lectura: 1 Pedro 1:12.
 
Los profetas del Antiguo Testamento tenían muchas preguntas acerca de sus propias profecías: ¿Quién va a ser el Mesías? ¿Cuándo vendrá? No entendían el tema de sus sufrimientos, ni cuándo se cumplirían sus profecías acerca de las cosas gloriosas que vendrían. Dios les reveló que no estaban escribiendo para ellos, sino para nosotros. El Señor Jesús tenía las mismas preguntas. A Él el Espíritu Santo reveló que Él era el Mesías y que los sufrimientos serían las suyas propias y que la gloria vendría después.
 
Ya hemos visto que los profetas eran los compañeros de viaje del Señor Jesús. Eran una fuente de información de lo que tenía que vivir. Tenían mucho en común. Jesús tuvo la misma recepción que tuvieron los profetas, pasó por las mismas experiencias, sufrió las mismas angustias, la misma persecución, la misma infamia. ¡Cómo se identificaba con ellos! Antes de padecer, Dios le envió a dos profetas, a Moisés y a Elías, para hablar con Él en el monte de la transfiguración acerca de su muerte y su partida de este mundo.
 
Uno de los profetas que habló de los sufrimientos de Jesús y de las glorias que vendrían después era David. Él Salmo 22 es una revelación de sus sufrimientos en la cruz y la gloria que sería suya después. Es evidente que Jesús meditaba en este salmo, porque lo citó en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Salmo 22:1). Describe lo que sufriría: “Mas yo soy gusano, y no hombre; oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo”. Cita lo que dirían sus enemigos: “Todos los que me ven me escarnecen; estiran la boca, menean la cabeza, diciendo: Se encomendó a Jehová; líbrele él; sálvele, puesto que en él se complacía” (Salmo 22:7, 8; Mat. 27:39 y 43). El profeta David expresa los sentimientos de Jesús perfectamente: “He sido derramado como aguas, y todos mis huesos se descoyuntaron; mi corazón fue como cera, derritiéndose en medio de mis entrañas. Como un tiesto se secó mi vigor, y mi lengua se pegó a mi paladar, y me has puesto en el polvo de la muerte” (Salmo 22:14, 15). También cita lo que le va a pasar: “Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes” (Salmo 22:18 y Mat. 27:35). El salmo termina profetizando las glorias que vendrán: “Se acordarán, y se volverán a Jehová todos los confines de la tierra, y todas las familias de las naciones adorarán delante de ti. Porque de Jehová es el reino, y él regirá las naciones” (Salmo 22: 27, 28).
 
Otro salmo profético habla de la majestad, la autoridad y la gloria y del reino del Mesías, el Salmo 2: “Yo he puesto mi rey sobre Sion, mi santo monte… Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión los confines de la tierra” (Salmo 2:6, 8). “Ahora, pues, oh reyes, sed prudentes; admitid amonestación, jueces de la tierra. Servid a Jehová con temor… Honrad al Hijo, para que no se enoje, y perezcáis en el camino” (Salmos 2:10-12). Jesús leería este salmo y sabría que los reyes del mundo se unirían en rebelión contra Él, pero que finalmente sería el Rey de los reyes de la tierra, y Juez de todos los jueces.

Copyright © 2023 Devocionales Margarita Burt, All rights reserved.